¿Por qué no logramos hacer de la felicidad algo estable que no dependa de un estado de ánimo?
Frecuentemente tenemos a nuestro alrededor un sinfín de oportunidades que podrían hacernos sentir bien, de tal modo que he llegado a pensar que cuando no logramos ser felices puede ser que nos ronde la cobardía. A fin de cuentas, ser feliz es un acto de valor, pues supone una conquista diaria, la de hacer –entre otras cosas- con alegría nuestro trabajo, valorar a nuestros amigos y apreciar las cualidades en la gente que nos rodea.
Es decir, que la felicidad empieza con una elección: la de ser feliz.
La felicidad consiste en ajustarse a lo que hay y no a mis propios deseos. Por ejemplo, aceptar a mi familia, a mis amigos, mis decisiones y defectos. Consiste también en cuidarnos a nosotros mismos con el convencimiento de que merecemos también el deporte y el descanso. Consiste en vigorizar nuestro espíritu, en aprender cosas útiles y tratar de ponerlas en práctica. Y en ser agradable, en tener el mejor aspecto posible y en ser generosos, pues los demás lo merecen todo.
Para ser feliz hay que vivir el momento, sin tratar de abordar a la vez todos los problemas de la vida. Tener un plan que seguir y borrar con una goma enorme la prisa y la indecisión.
La felicidad necesita, al menos, media hora durante la jornada para la soledad y el ocio, para perderse en un buen libro. Y, sobre todo, necesita amar y creer que aquellos a los que amo, me aman a su vez.
La felicidad está en sonreírle a la vida. Y en creer que Dios nos da un papel fundamental en el mundo.
Para ser feliz debemos poner en marcha cualquier proyecto creativo para llevarlo hasta el final. Y quererte “a ti mismo con tu mecanismo”.
En conclusión, la felicidad depende de ti.
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