XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Bajo la lluvia 

Elvira Toro, 15 años 

                Colegio Altozano (Alicante)  

Sonrió con melancolía; había empezado a llover.

Mientras sentía cómo se le empapaba el cuerpo, se fijó en los transeúntes. Por sus gestos se le hizo fácil comprender que a casi nadie le gusta la lluvia. Dicen que es triste, que produce nostalgia. Sin embargo, a ella siempre le había gustado. Entre otras cosas, nació un día de lluvia. Cuando era pequeña, su madre le contaba que, en lugar de la cigüeña, a ella le había traído un rabo de nube.

Se acordó de las tardes de otoño en las que salía con su madre a coger caracoles. Paseaban pisando los charcos con sus botas de agua, felices al ver cómo el agua daba un brillo especial a sus chubasqueros.

Aspiró el aroma de la tierra mojada y percibió la caricia de las gotas sobre su cara y sus manos mientras recorrían juntas el camino que las alejaba del pueblo, por el paseo de los naranjos… Los caracoles se encaramaban a los arbustos de las orillas, como si quisieran cantarle a las nubes. Ella atrapaba los más grandes, de concha colorida, y se los enseñaba a su madre antes de meterlos en una bolsa. Otras veces, durante las noches de tormenta, se acurrucaban bajo la misma manta. Su madre le contaba entonces historias preciosas que le hacían olvidar el miedo.

La lluvia siempre había sido importante en su vida...

De pronto una gota le devolvió a la realidad, una realidad de la que quería huir desde hacía tiempo. Vio aquella colección de paraguas tras el funeral de su madre. La gente pasaba a darle el pésame, pero ella no estaba allí; se sentía como una marioneta. Sus ojos, inexpresivos, estaban fijos en el ataúd. La lluvia caía como un llanto violento. Quizá el cielo quería expresar lo que ella no lograba: el dolor por haber perdido aquella sonrisa que tanto amaba, su cabello, sus brazos acogedores, toda su belleza. El cielo lloraba al saber que no volvería a oír su voz, su risa.

—Esta lluvia, ¿no te recuerda a mamá?

Se volvió. Era su padre. Entonces, sin poder reprimirse, le abrazó. Al fin pudo llorar, desahogarse, mientras la lluvia les empapaba.