XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

Ballenas 

Juan Pedro Gálvez, 18 años

              Colegio Tabladilla (Sevilla)  

–¡Pues si de verdad no quieres verme tirada en el sofá sin hacer nada, me tumbo en mi cama y ya está! –le gritó Alba a su madre antes de cerrarle la puerta del dormito-rio con un portazo.

Blanca estuvo tentada de responderle, pero dando un suspiro decidió dejarla en paz. 

<<Ya hablaré con ella cuando se calme>>, pensó, y cogiendo el cesto de la ropa y unas pinzas, salió a tender al balcón.

Desde allí, en la falda de la montaña, dominaba la vista de toda la ciudad, que aquel día estaba cubierta por una espesa capa de nubes de la que emergían los rascacielos más altos, que atravesaban el manto blanco como rocas puntiagudas de cristal y ace-ro. El viento balanceaba las hojas de las macetas colgadas de la pared y unas camise-tas que había colocado en perchas y que ya estaban secas. Blanca las retiró antes de empezar a tender. 

Al poco tiempo se apoyó en la baranda, con la vista perdida en el lento movimiento de las nubes, hasta que vislumbró una sombra que avanzaba hacia la ciudad y que se iba haciendo más y más grande. Del mar de nubes surgió una cabeza, las aletas y, final-mente, la poderosa cola de una ballena, que venía acompañada de otras. Removían las nubes, dejando huecos por los que Blanca pudor ver las calles, donde los coches se habían detenido y la gente salía de sus casas para ver el espectáculo.

<<Vaya, que temprano vienen este año>>, pensó sorprendida. 

Se volvió hacia el interior de la vivienda y voceó:

–¡Alba, Marco, están pasando las ballenas!

Marco, un chiquillo con el pelo alborotado, corrió al balcón preso de la excitación:

–¡Las ballenas! ¡Las ballenas!....

Pegó la cara a los barrotes y sacó una mano para saludarlas. Alba apareció un poco después, todavía resentida. Buscó un lugar en el balcón, apartado de su madre. Los vecinos también iban saliendo. Blanca les saludaba distraída mientras disfrutaba de los cetáceos.

En algún momento, mientras las ballenas seguían pasando por el cielo y Marco, can-sado de que no le respondieran, había vuelto al interior, Blanca se movió al lado de su hija. Durante un rato ninguna de las dos dijo nada. Fue Alba quien al final rompió el hielo:

¬¬–Tienes razón; no debería pasarme tanto tiempo sin hacer nada ¬–reconoció sin dirigir-le la mirada–, pero me cuesta mucho organizarme y, al final acabo distraída.

¬–Quizás yo exagero al decírtelo ¬–le respondió Blanca–. Pero tienes que entender que lo hago por tu bien, no porque quiera fastidiarte.

¬–Lo sé.

¬–Escucha, vamos a hacer una cosa: si quieres, cuando terminen de pasar –señaló con los ojos a las ballenas, nos sentamos y te ayudo a hacerte un plan.

–De acuerdo ¬–aceptó Alba, mirándole con una sonrisa.

Blanca colgó un brazo sobre los hombros de su hija y juntas contemplaron a las últi-mas ballenas, que desaparecían tras el horizonte.