VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Cómo no hay que
enseñar idiomas

Jon Asier Bárcena, 16 años

                Colegio Vizcaya (Bilbao)  

Se ha puesto de moda la educación trilingüe. Todo alumno que estudie en el País Vasco debe dominar el castellano, el euskera y el inglés. La teoría es muy bonita, sin embargo la forma de llevarlo a la práctica es horrible. Uno puede salir del colegio chapurreando inglés, con un nivel de euskera para echarse a llorar en proporción al número de horas invertidas y cometiendo faltas de ortografías graves en castellano, generando una igualdad inversamente proporcional de carencia en los tres idiomas, para que nadie se sienta discriminado.

El mayor problema son los grupos heterogéneos y amplios. Con el pretexto de simular en las aulas una realidad social se mezcla a gente de nivel “advance” con estudiantes que no llegan al FCE. Asimismo, 30 alumnos son excesivos. Prueba de ello es que en las academias organizan clases con un máximo de 15, además de ser grupos homogéneos. Tal vez por este planteamiento escolar que convierte las academias en imprescindibles para dominar dignamente un idioma, nos encontremos a más bajo nivel en materia lingüística que nuestros compañeros del norte de Europa.

De hecho, influidos por el tamaño de los grupos, se hacen actividades que carecen de sentido. En euskera, por ejemplo, hacemos demasiadas lecturas y demasiada gramática, por lo que enfatizamos muy poco en los aspectos escritos y, aún menos, en conversar. Igualmente, en Lengua castellana no se hace un verdadero hincapié en los textos argumentativos ni en la escritura hasta el bachillerato, cuando la selectividad apremia. Es necesario que empecemos a plasmar nuestra opinión o a construir un relato desde primaria, para continuar gradualmente en aras de desarrollar la creatividad.

De la misma manera, a la hora de enseñar un idioma muchos profesores olvidan fundamental: la realidad sociocultural que rodea al idioma. Para aprender inglés, lo mejor es fomentar que se vean las películas británicas y norteamericanas en su idioma original, preferentemente sin subtítulos. Suele ser un inglés natural, similar al que escucharemos si viajamos a esos países. Además, al estudiar euskera no nos vendría mal escuchar un poco sus dialectos. Como el objetivo de estudiarlo es que nos podamos comunicar con naturalidad en la calle, parece lógico que, además del estándar, conociéramos los dialectos, pues presentan variedades substanciales.

Por último, hace falta más ambición por parte de los educadores. Tanto en euskera como en inglés sólo aspiran a la mínima transmisión de conocimientos, que es el que marca la selectividad. Con las horas que invertimos, podríamos tener un nivel C1 en ambos idiomas, No obstante, comprendo que es más sencillo bajar el nivel, pues facilita otorgar una buena nota o el aprobado sin esfuerzo, y todos contentos, salvo por las horas invertidas en academias. La única suerte en el País Vasco es que el antiguo coordinador de euskera se ha jubilado y han puesto uno más estricto que, en principio, se niega a regalar las notas. ¡Ojalá se comportara también así el de inglés!

En resumen, muchas cosas tienen que cambiar en la enseñanza pública de idiomas.