III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

Corresponsales de guerra

Cristina Rodríguez del Valle, 15 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

    Asociamos la guerra a violencia, muerte, tristeza, desesperación, injusticia ... A pesar de que nos hemos acostumbrado a recibir noticias sobre diferentes conflictos bélicos, coches bomba, suicidas, minas antipersona, pocas veces tenemos en cuenta a las personas que nos sirven esas noticias e imágenes tan terribles, los corresponsales de guerra. Uno de ellos dijo: "la primera víctima de una guerra es la verdad”.

    Miguel Gil, periodista asesinado en Sierra Leona en 2000, fue un buscador de esa verdad, un luchador que solo pretendió dar voz a los que no la tienen, actuar como abogado de los inocentes. Como mencionó una compañera suya después de su muerte: “Miguel sintió que existía un gran tribunal ante el que había que defender a esta gente, y él lo haría a través de los medios de comunicación”. Buscó con denuedo mostrar al mundo lo que verdaderamente es una guerra vista desde dentro. Al principio lo intentó con la palabra, hasta que se dio cuenta que la imágenes superaban a los relatos.

    Era una persona con fe, un don del que pocos gozan en ese duro oficio, en el que es fácil acabar por no creer en nada sino en los horrores y la crueldad de la que es capaz el ser humano. Miguel era abogado. Comenzó a trabajar en un despacho, en Barcelona, pero sintió la necesidad de cambiar su vida, coger una moto de trial y dirigirse hacia Bosnia durante el conflicto de los Balcanes. Sin ningún tipo de experiencia como periodista, pero movido por el deseo de defender a aquellos a quien nadie defiende, se introdujo en el círculo de los corresponsales de guerra, en “la tribu”, como ellos se llaman a sí mismos. En un medio hostil ante los recién llegados, le acabaron valorando como uno de los grandes entre ellos.

    En una ocasión contó que a veces te invade la impotencia al contemplar situaciones tan extremas, como la de un niño muriéndose de hambre o una avalancha de gente apaleada. Entonces te quedan dos opciones: ayudar tendiendo una mano mientras con la otra grabas, o dejar la cámara y poner las dos. Pero Miguel se convenció de que debía mostrar esa verdad.

    “Hay veces en las que grabas y lloras”, decía recordando a un niño de cinco años que huía de Kosovo con su hermana y que, mirándole mientras grababa, le preguntó “¿por qué no podemos ir contigo?”. Su hermana contestó: “porque es un periodista”. Sólo les quedaba seguir caminando.

    Era una persona íntegra, con espíritu de sacrificio. Como decían sus amigos, Miguel era “ese compañero en el que siempre puedes confiar, lo que en este oficio significa la diferencia entre la vida y la muerte.” Se metía en el conflicto, convivía con la gente y no se conformaba con lo superficial.

    El maestro Ryszard Kapuscinski, otro gran periodista de guerra comprometido con la verdad, mencionó una vez, refiriéndose a los corresponsales: “no sé qué nos guía, pero deseamos seguir por este camino”. Miguel y Ryszard se acercaron a las personas, viviendo sus historias desde dentro.

    “Las guerras, los atentados, el dolor, la tortura y el sufrimiento son el amargo fruto de la ambición, la estupidez, la locura y la dureza de corazón”. Esta es la perfecta definición que encontré en un libro para describir el horror de la guerra. El hombre es capaz de utilizar su inteligencia, sus conocimientos y hasta su imaginación para crear distintas maneras de producir destrucción y dolor. Miguel fue testigo de ello.