VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Cuento de Navidad

Cristina Orts, 16 años

                Colegio Senara (Madrid)  

Los primeros copos de nieve cubrían las aceras, el aire gélido se filtraba por las rendijas de las ventanas y los adornos navideños formaban una explosión de color en las calles grises. Rafa se dirigía, como cada mañana, al colegio con su cartera al hombro y una enorme bufanda de lana tapándole hasta las orejas. Faltaban pocos días para Navidad y el niño pecoso y de pelo revuelto pensaba intensamente en algo que su madre les había dicho la noche anterior:

-El secreto de la Navidad está en dar, no en recibir.

Durante la cena, les había sugerido qué podían hacer para vivir la generosidad durante la Navidad: regalar uno de sus juguetes a algún niño necesitado.

Rafa estaba hecho un lío. Todos sus amigos pedían videojuegos, dragones de plástico con luces y sonidos, aviones y coches teledirigidos, cohetes y naves espaciales… Y para el amigo que él había escogido no valía ninguno de esos juguetes. Decidió compartir el problema con Fran, su amigo del alma, pero como única respuesta Fran arrugó la nariz y frunció el entrecejo:

-No entiendo por qué no quieres decirme quién es tu amigo. Así sería mucho más fácil encontrar un juguete apropiado para él.

No hubo forma de convencer a Rafa. Se negaba a revelar la identidad del niño que había elegido

-Ya te he dado muchas pistas -se dispuso a enumerar-: no puedo regalarle ningún videojuego porque no tiene consola; tampoco puedo ofrecerle un avión de guerra porque no tiene pilas en su casa y no podría hacerlo volar…

Y así continuó la conversación hasta que el timbre interrumpió la discusión de aquel par de chiquillos de siete años.

***

-Rafa, hijo, ¿qué te pasa? Estás muy callado.

Su madre de Rafa había percibido el comportamiento de su hijo, que andaba con la mirada perdida y el rostro triste, sin dejar de observar todo cuanto sucedía en la calle por la que transitaban de regreso a casa. En ese momento cruzaban una plaza repleta de niños que, como él, acababan de salir del colegio. Rafa no se sentía con ánimo para acompañarlos en sus juegos infantiles. Faltaban pocos días para Nochebuena y aún no tenía regalo. Súbitamente se cruzaron dos niñas que corrían detrás de varias peonzas de colores. Fue entonces cuando el pequeño exclamó:

-¡Ya lo tengo!

Y, de improviso apretó la mano de su madre para obligarla a apresurarse a casa.

Desde aquel día, Rafa se esmeró en que el regalo que había elegido fuera el apropiado, convencido de que a su amigo le encantaría. Se había convertido, sin quererlo, en un pequeño rey mago. Fran estaba al corriente de su elección y se dispuso a ayudarle durante los recreos, sin poder ocultar la curiosidad por saber el nombre del afortunado.

Lo primero que hizo Rafa fue acercarse a la tienda donde sus hermanos compraban las canicas, los cromos y los cómics. Allí se hizo con el juguete. Después, lleno de emoción, fue a enseñárselo a Fran, que opinó que necesitaba una capa de pintura. Y gastaron los recreos entre botes de témpera y pinceles. Por último, probaron que funcionara.

Uno tras otro, se fueron sucediendo los días, hasta que la noche del cinco de enero Rafa guardó cuidadosamente su regalo en una caja, deseando que llegara la mañana siguiente para entregárselo a su amigo necesitado.

Cuando amaneció, la casa se llenó de correteos por el pasillo y de miradas de asombro al descubrir los regalos que habían dejado los Reyes Magos. Pronto, el salón se convirtió en una marea de envoltorios brillantes y cajas. Cuando Rafa abrió todos sus regalos, cogió la diminuta caja entre las manos y abrió la tapa con solemnidad. La peonza de madera, cuidadosamente pintada en rojo, verde, amarillo, violeta y azul, parecía más bonita que el día anterior.

-Voy a dársela ahora mismo.

El pequeño avanzó por el salón con el pelo alborotado y los pies descalzos, hasta llegar al Nacimiento. Alargó la manita hasta el Portal y, con suma delicadeza, colocó la peonza frente al pesebre, donde descansaba un Niño regordete de pasta. Sonrió, consciente de que solo ese Niño podría valorar la ilusión que había puesto en preparar la Navidad. Y por un instante tuvo la certeza de que su Amigo le sonreía.