X Edición

Curso 2013 - 2014

Alejandro Quintana

Descubrí un tesoro perdido

Carla García Maresca, 14 años

                 Colegio Grazalema (El Puerto de Santamaría)  

Apenas se podía ver a más de diez metros de distancia entre la neblina y ese negro oscuro que cubría el cielo. Iba a paso ligero porque me estremecía andar sola a esas horas y por aquellas callejuelas. Quién sabe lo que te puedes encontrar entre los laberintos de la ciudad.

Después de haberme pasado trabajando hasta la noche, me apetecía darme un baño de agua caliente y meterme en la cama, pero tuve una intuición de que algo impediría mi descanso.

Quedaban pocas manzanas para llegar a casa cuando un coche me hizo señas con los faros. Intenté pasar de largo, pero la conductora era persistente. A pesar de mi desconfianza, me acerqué al vehículo.

Era Silvia. Hacía año y medio que no la veía. Sentí el impulso de abrazarla.

Enseguida me arrepentí de no haberla visto durante tanto tiempo.

-¿Qué haces aquí? –le pregunté.

-¿Hay alguna razón más importarte que la necesidad de volver a ver a mi hermana?

- Tienes toda la razón Silvita, no puede volver a pasar.

Silvia es mi hermana pequeña y con veinte años se fue a terminar sus estudios universitarios a Alemania, país en el que había estado viviendo desde entonces. Yo había ido un par de veces a visitarla, pero por una pelea tonta nos dejamos de hablar.

Le pedí perdón entre lágrimas. Ella me dijo que la culpa había sido de las dos y me enlazó con sus brazos.

Se puso a llover. Aparcó y nos apresuramos para llegar a mi portal.

-Siempre igual de ordenada –se rio entró en mi apartamento.

Me dijo que mientras viajaba se había imaginado el lugar donde habría colocado cada cosa, todo en su lugar. Yo también comencé a reír.

Le presté un pijama. Después nos tumbamos en los sofás del salón, cada cual con una manta y una taza de chocolate caliente. Hablamos de todas las aventuras, peripecias, desilusiones, amores, agobios que nos habían sucedido durante ese tiempo de separación.

Caí en la cuenta de que mi intuición no había fallado. Esa noche algo iba a pasar, pero nunca me habría imaginado que fuera tan agradable sorpresa la que no me permitiría tomar ese baño y dormir a pierna suelta.

En medio de la oscuridad, había recuperado uno de los mayores tesoros que tengo.