IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

¿Dónde has dejado el alma?

Carolina Mercé, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Después de varios meses, volvieron a verse. No en la discoteca, ni en una fiesta, ni en un bar. Esta vez fue en el tren.

Ella estaba hojeando un montón de apuntes. La expresión de su cara manifestaba el agobio causado por el trajín del ferrocarril y el estudio de última hora antes de la prueba. En una de las paradas se abrieron las puertas y entraron nuevos pasajeros. Al dirigir la mirada hacia ellos descubrió a una persona entre la multitud. Él ya la había visto e intentaba abrirse paso para llegar hasta la chica. Los dos esbozaron una sincera sonrisa al mirarse. Ella apartó su mochila, carpeta y libros que ocupaban la butaca de enfrente y se la ofreció sentarse con un movimiento de cabeza.

-¡Qué ilusión verte por aquí, Lucas! –le saludó Julia mientras guardaba los apuntes en la carpeta.

-Suelo ir en moto al trabajo, pero la he llevado al taller– se excusó con cara de fastidio –. ¿Cómo te va todo? ¿De exámenes...?

-Sí. Estoy saturada de tanto estudiar. ¿Y tú? Cuéntame –le animó- Así que trabajas. Eso está muy bien.

Lucas dijo que tenía un puesto en la oficina de su padre, pero en realidad era repartidor en unos grandes almacenes. Julia lo sabía. Lo sabía todo sobre él. Eran amigos de la adolescencia. Julia había sido apoyo para Lucas al morir su madre: estuvo a su lado en los momentos más duros. Le hizo recapacitar en momentos en que no encontraba sentido a nada. Pero, poco a poco, Lucas fue introduciéndose en otros ambientes, se dejó arrastrar por las salidas sin control, el humo, el alcohol... Pasó de compartirlo todo con Julia a intercambiar un saludo con la cabeza cuando se cruzaban por la calle.

Lucas había perdido por completo la comunicación con su padre que, absorto por el trabajo, no se preocupaba de la educación de su hijo. La postura que Lucas había adoptado era vivir para olvidar. Se le hacía una montaña cada vez que llegaba a casa y tenía que afrontar la soledad. Salir por las noches le proporcionaba otras sensaciones: se dejaba de lado a sí mismo y a todo lo que le hacía sufrir.

Alguna vez había coincidido con Julia en una discoteca. El estado de Lucas obligaba a Julia a intentar hacerle ver que debía cambiar, que esas personas a las que él llamaba amigos no lo eran realmente. Pero todos los intentos fueron en vano.

Lucas abandonó los estudios al finalizar secundaria. No podía aspirar a un puesto de trabajo de responsabilidad. En el fondo, estaba avergonzado de su vida, de él mismo.

-¿Eres feliz? – quiso saber ella, mirándole fijamente.

Lucas enmudeció y encogió los hombros. Sabía que no era feliz, que su interior estaba vacío. Pero no sabía cómo retomar la persona que fue cuando su madre vivía.

-Te conozco bien y sé que conservas a un joven fuerte, soñador, repleto de ideales –continuó ella-, pero no entiendo por qué has acallado a ese chico que valía la pena a cambio de lo que ahora veo. Lo has dejado perder todo.

Y sus palabras eran ciertas. A Lucas ya no le valía su físico. Era guapo pero hubo un tiempo en el que destacó también por su inteligencia, su sensibilidad y la atención a los demás. Pero se había dejado arrastrar por lo fácil y la gente con la que ahora se acompañaba le había contagiado un desdén hacia la vida y una frialdad de témpano.

-¿Dónde has dejado el alma? –preguntó, clavando la mirada en sus pupilas–. Nadie ha vuelto a verte sonreír como antes. Y sé que tú no eres así.

Lucas bajó la mirada sin decir nada y Julia aprovechó que no tenía argumentos que le defendieran para intentar hacerle entrar en razón.

-Quizás todo esto es una máscara con la que escondes todo lo que estás pasando. Tienes que aceptar la realidad tal como es y volver a luchar, como hacías siempre. Eras el primero que decías que rendirse es de cobardes.

La miró a la cara. Sus ojos verdes se inundaron de lágrimas.

-¿Y qué puedo hacer? –dijo Lucas con el ánimo hundido. Su mirada evidenciaba miedo, como la de un niño pequeño que se pierde por la calle.

-Eres fuerte. Debes dejar todo lo que te hace daño, respetarte y marcarte unas metas que te hagan recobrar tus ideales.

Su diálogo se vio interrumpido por el frenazo del tren. Habían llegado a la parada de Julia. Le propuso volver a encontrarse algún día de esa misma semana.

Después de que el tren abandonara la estación, Lucas se quedó solo en el compartimiento y miró a través de la ventanilla. Había empezado a pintar su vida de otro color.