XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El aria 

Eloy Tejada Gómez, 15 años

Colegio El Vedat (Valencia)

Un chorro de voz sostenido acalló los murmullos del patio de butacas y de los palcos. Luciano Pavarotti apareció en el escenario, entonando Nessun dorma sobre la música de la orquesta. Todavía no había acabado el aria cuando un hombre de delgada constitución apareció al fondo de las tablas. Llevaba el rostro tapado con una máscara veneciana y se acercó hacia el cantante –que se encontraba de espaldas a él– puñal en mano.

Aquel hombre se llamaba Francesco. Aunque el público en ese momento no lo sabía, había sido compañero de Luciano durante sus años de conservatorio en Módena. Ante las dotes sobresalientes del gigante de la barba, Francesco ni siquiera consiguió hacerle sombra, y desde entonces estaba resentido. Al conocer por la prensa la actuación del astro en Venecia durante el carnaval, se hizo con una entrada y desarrolló un plan para acabar con él. 

Accedió al teatro como cualquier otro músico, con una funda de violín en la mano. Una vez dentro, acompañó a los miembros de la orquesta a una sala donde se puso la misma máscara que llevaban todos ellos, con los que se dirigió al foso para desaparecer por la parte trasera de las bambalinas, donde se quedó escondido tras unas cajas apiladas, a la espera de que diera comienzo el recital. De la funda extrajo un puñal que se enganchó a la parte trasera de su cintura. Entonces, en cuanto subió el telón y escuchó las primeras notas de Nessum dorma, abandonó su refugio y avanzó hacia el escenario. 

Francesco subió los tres escalones que desembocaban en las tablas y se acercó lentamente a Pavarotti, intentando que este no se percatara de su presencia. El público se asombró por lo que creía una novedosa puesta en escena que dejó a los guardias de seguridad desconcertados, pues no sabían si se trataba de un verdadero asesino o de un actor. 

Cuando Francesco tuvo tan cerca al cantante que podía tocarlo, atacó y con todas sus fuerzas intentó clavarle el puñal. Sin embargo, en ese mismo instante Luciano se volvió hacia la izquierda, lo que hizo que la daga se clavara en uno de los enganches de sus tirantes, por lo que solo le hizo un rasguño en la espalda. 

Ante el chillido del tenor al sentir la punzada del acero, un guardia disparó a Francesco, que se desplomó como si se tratara del colofón de una ópera. El terror se apoderó del público: los espectadores empezaron a gritar y a correr. Unos se precipitaban hacia las salidas y otros buscaban un lugar donde esconderse.  

Pavarotti, una vez se sosegó, decidió descubrir la cara de su asesino. Se sorprendió al ver que era su viejo compañero. 

–¡Francesco!... ¿Por qué? 

–¿Por qué? –dijo este con un hilo de voz–. Llevo toda la vida a tu sombra. Siempre fui un segundón que cantaba en bodas. Eres incapaz de saber cómo me he sentido desde que dejé el conservatorio. 

Llegó la policía y varios agentes irrumpieron por detrás del telón para llevarse a Luciano Pavarotti hacia su camerino. Pero antes de dejar atrás las tablas, el cantante más importante de todos los tiempos volvió la cabeza, para ver cómo Francesco se desvanecía.