XIX Edición

Curso 2022 - 2023

Alejandro Quintana

El combate

Javier Perera, 17 años

Colegio Montesclaros (Madrid)

Se encontraba de pie frente a su contrincante, a la espera de que el árbitro diese luz verde para continuar el combate. El sudor le resbalaba por las mejillas, le caía por el cuello y empapaba la gruesa tela de su kimono. Semanas atrás había ganado la medalla de plata en un campeonato auspiciado por la Comunidad de Madrid. Y pensar que comenzó a practicar judo por ser la actividad extraescolar a la que se habían inscrito sus amigos… Además, durante una buena temporada aquel deporte no le gustó: estaba repleto de técnicas que interrumpían los ataques y las defensas, y cada movimiento llevaba un nombre japonés impronunciable. Pero la constancia de su entrenador, que había descubierto en él algunas aptitudes, le hizo comprender que aquello era más que un juego: era una ética para vivir y respetar al contrario.

Tras años compitiendo en la Liga Nacional de Judo, aquella final iba a determinar si se llevaba por fin la medalla de oro. Era la segunda vez que se presentaba y deseaba proclamarse vencedor. Lo necesitaba. El año anterior se había lesionado la rodilla, lo que le impidió alcanzar el primer puesto. Desde que se recuperó –hacía seis meses– su única obsesión había sido entrenar para subir a lo más alto del podio.

La puntuación estaba igualada: cincuenta a cincuenta. A ambos luchadores sólo les quedaba realizar una llave para dirimir quién recibiría el título. La intensidad de la pelea los ahogaba en sudor y fatiga. Jaime sabía que su familia y sus amigos lo observaban desde las gradas, expectantes. 

Miró a su rival de arriba abajo, tratando de intuir su siguiente movimiento. Lo analizaba fría y calculadoramente, atravesándolo como si de un mentalista se tratase. 

El árbitro volvió a su puesto, decidido a dar luz verde para que continuara el combate. Jaime respiró hondo, cerró un breve instante los ojos y recordó todo lo que había aprendido. Al abrirlos, una oleada de inspiración y adrenalina inundó su cuerpo. Escuchó la palabra que les daba permiso para empezar. Había comenzado la decisiva cuenta atrás.

Dieron una vueltas en círculo, cada uno a la zaga de la estrategia del otro. Jaime dio el primer paso: se acercó para agarrarlo del grueso kimono. En ese mismo instante, le tiró de su brazo izquierdo, haciéndole perder el equilibrio, dándole la oportunidad de derribarlo con una zancadilla con el pie izquierdo. Sin embargo, el otro judoca esquivó el ataque y aprovechó la poca estabilidad que tenía Jaime con aquellos movimientos, para flexionar la espalda y pasárselo por encima de la cabeza. Por suerte, Jaime previó el movimiento y se echó a un lado. Sin soltar a su rival, estiró la pierna  entre los pies de su contrincante y, a su vez, rotó la cadera y lo alzó a por encima de su espalda, haciéndole caer contra el tatami.

El árbitro marcó el final tras el ippon (1)  que Jaime acababa de realizar, otorgándole el punto y la victoria del campeonato. 

Jaime observó al público. Aún estaba confundido por el cansancio. Entonces cayó en la cuenta de que las gradas le aplaudían con entusiasmo. Recordó su rodilla y la dolora recuperación. Sin poder contenerse, rompió a llorar. En su corazón llevaba a su sensey (2).

1 Punto completo o total

2 Entrenador