XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

El desconocido del tren 

Claudia García Plaza, 15 años

Colegio Sierra Blanca (Málaga)

Tengo la costumbre de viajar en metro, pues es la forma más rápida de volver del instituto a mi casa. Aquel día me encontraba sola, pero no me importaba porque así puedo practicar una de mis aficiones: analizar a los viajeros, imaginarme cómo son, de dónde vienen y a dónde van, a qué se dedican... In-ventar una pequeña historia, en definitiva, con cada persona que veo.

Me había fijado en una mujer morena, alta y esbelta. Vestía un traje elegante y sus zapatos parecían carísimos. Llevaba una carpeta atestada de papeles. En sus ojos adiviné tristeza, ya que no tenían bri-llo.

–Seguro que cuando era pequeña le enseñaron que el trabajo es lo más importante de la vida. Olvida-ron hablarle de ser feliz con aquello que apasiona. ¿Tú qué opinas?

Me giré sorprendida para ver quién me hablaba. Era un chico al que nunca había visto antes. De cual-quier forma, él había adivinado lo que yo estaba pensando y me sonreía, invitándome a compartir mis reflexiones con él. 

 –Pues opino igual que tú.

El metro había llegado a mi parada. Me levanté para salir del vagón. Antes, le dediqué una sonrisa al desconocido.

Al día siguiente me encontré de nuevo con el misterioso chico. Esta vez se sentó a mi derecha. Le sa-ludé para que se percatase de que me agradaba su compañía.  

–Mira a ese señor. ¿No crees que está molesto con el conductor por los zarandeos del metro? Con este traqueteo puede caerse. Además, es tan bajito y enclenque que el viento podría llevárselo cuando salga a la calle.

–Creo que te equivocas. 

No pude contener la risa al ver su expresión. Su mirada destilaba curiosidad, así que continué mi his-torieta: 

¬–Me parece que desea ser más alto para no llamar la atención. 

–Podría ser. 

Esas conversaciones las fuimos convirtiendo en costumbre con el paso del tiempo. Lo pasábamos de maravilla compartiendo aquellos pedacitos de nuestra imaginación. Intercambiamos nuestros teléfo-nos, aunque yo perdí el mío. Por esa razón no supe de él cuando dejó de viajar en el metro. Nunca supe nada más del chico del tren. Solo cuando mis padres me mostraron una fotografía de mi difunto abuelo de muchacho, y comprobé el gran parecido que guardaba con aquel chico, lo entendí. Había venido a decirme lo mucho que me había querido, y tan rápido como me lo manifestó ya se había es-fumado.