III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

El fin

Guillermo Laborda, 17 años

               Colegio Vizcaya (Vizcaya)  

    Una tarde como otra cualquiera, un hombre, llamémosle Juan, notó como se le oprimía la garganta y que por momentos iba sofocándose. Intentó sacar el pañuelo del bolsillo para secarse el sudor del rostro, pero apenas pudo levantar los brazos. Hizo varios intentos, pero acabó convenciéndose de que se sofocaría aún mas, así que desistió.

    <<Hoy calienta el sol mas que nunca>>, pensó, y trató de dirigirse hacia la agradable sombra de un viejo roble, pero las piernas no le respondían. De repente le pesaban una barbaridad, siéndole imposible dar un solo paso.

    Se quedó inmóvil. En esto apareció un hombre de aspecto serio, vestido con traje y corbata, que al pasar junto a él le miró con indiferencia. Juan quiso preguntarle en dónde estaba, pues no lo recordaba, mas no pudo emitir sonido alguno, ya que tenía la boca seca, la lengua hinchada y la saliva ya no circulaba por su garganta. <<¿Qué me ocurrirá?>>, se preguntaba, y entornaba los ojos con aire pensativo. Digo entornaba porque no los podía cerrar. Se le habían salido de las órbitas, mas el no lo había notado. <<¿Qué hago aquí?>>, repetía para sus adentros.

    <<¡Qué sed tengo!. Con lo bien que estaría en casa bebiendo un refresco. Pero, ¿qué me está ocurriendo?>>. El tiempo seguía su curso y Juan, a duras penas, lograba pensar con claridad. Parecía como si la razón se le hubiese evaporado. Además su vista se había nublado casi por completo. Apenas le llegaba el aire a sus pulmones y notaba el ambiente muy pesado. La sensación de ahogo era inaguantable. <<¡Aire, aire!>>, intentó gritar desesperado. Y en medio de su locura, con un supremo esfuerzo, se llevó las manos a la garganta, la palpo y expiró. Pero aún le quedo tiempo para darse cuenta de que se había ahorcado.