VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

El florecimiento del manzano

Veronica Shpunt

                 Colegio Altaviana (Valencia)  

¿De qué modo comienza tu día? ¿Con qué humor y con qué predisposición abres la puerta al mundo?

En el patio, el banco recubierto de cal se ha agrietado. Muy cerca está el viejo manzano, que ya hace mucho tiempo que no florece.

El banco y el manzano te dan los buenos días, pero reciben tu silencio y la misma mirada de siempre, indiferente y vacía, una mirada de persona ocupada que tiene prisa por ir al trabajo, que da vueltas en la cabeza los problemas cotidianos.

Hace tiempo que has dejado de alegrarte de esas pequeñas tonterías que te traían felicidad en tu lejana infancia. ¿Ya no recuerdas cuando, por última vez, observaste tu alma para saber cómo estás por allí, por dentro? Hace tiempo que tu alma ha perdido el deseo y la habilidad de hablar. Ya no quiere darte la respuesta. En realidad, ella desea alegrarse de la vida, sonreír, amar, sentir, encontrar los amaneceres...

Un día sales a la calle, te sientas en el banco, miras al manzano viejo y te sorprendes por su perfección. Pero, ¿por qué no florece?

Las ramas secas caen afligidamente hacia la tierra. Las hojas, amarillas y a veces ennegrecidas en los brodes, espantan con su aspecto lúgubre. Hace un tiempo que este árbol fue jovial y brillante. ¿Acaso ha olvidado se puede ser feliz?

Miras las hojas y te parece que son los ojos de árbol, que están tristes.

-Esos ojos son como los míos.

El manzano, como tú, no ve el sentido a la existencia. Por eso no puede florecer.

Te acercas al árbol y abrazas su tronco. Después le pides perdón porque no te dabas cuenta de su existencia. También le pides perdón a tu alma.

Y dices al manzano:

-¿No te parece que somos muy parecidos? Nos mostramos indiferentes a todo lo que pasa alrededor, a quienes nos rodean. No nos alegramos de la llegada de cada nuevo día, no tratamos de hacerlo. Nos hemos empeñado en no florecer, ¿no es cierto?

Unos minutos después, el manzano comenzó a hablar:

-No florezco porque todo el mundo parece ocupado en sus problemas. Nadie tiene tiempo para contemplar un manzano en flor.

Pensativo, le digo:

-Entonces ¿quieres decir que solo necesitas un poco de atención?

-¿Acaso eso es poco? A mí es lo que me basta para ser feliz.

Me quedé pensativa:

-¿Quieres que cada día venga a visitarte?

El manzano no contestó. Parecía que estaba llorando a través del susurro de sus hojas.

Cuando al día siguiente salí de casa, me llevé una maravillosa sorpresa: el manzano estaba cuajado de diminutos capullos. Volvía a ser un árbol lozano, vigoroso.

Algo ocurrió en mi interior. Pensé en nuestra conversación y lloré por el tiempo perdido, empleado en tantas cosas que sólo me habían producido tristeza. Descubrí que mi felicidad dependía de volcarme en las personas que me rodean. Entedi que tambien yo puedo florecer.