XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

El gran botín 

Jorge Gutiérrez Leguina, 17 años

Colegio Munabe (Vizcaya) 

Le resonaban las palabras de su padre: 

<<Si lo encuentras, tu vida habrá cambiado para siempre>>.

–Nunca he oído hablar de nada parecido –le dijo el viejo Antonio, devolviéndole el mapa.

–Pero, ¿puedo confiar en usted? –Manuel le miró con gesto de expectativa.

El viejo se fijó en las estanterías. La que un día fuera una tienda reputada, se había convertido en un lugar desordenado y sucio.

–Está bien; sígame.

Se adentraron en la trastienda, repleta de antiguallas desperdigadas por el suelo. Apenas se colaba la luz por un ventanuco.

–¿Está seguro de lo que dice? – preguntó el anciano mientras se sentaba en un viejo diván.

–Si no lo estuviera, no habría recorrido ochocientos kilómetros en un escarabajo.

Antonio sacó una cajetilla de tabaco del bolsillo.

–¿Quiere uno?

–No fumo, pero gracias.

El viejo encendió un cigarro, ajeno a la tensión del momento.

–Mi tía me aseguró que usted es la única persona en la que podía confiar –Manuel sujetaba el mapa entre las manos.

–Y lo soy –se rio.

Manuel le miró fijamente, pues sospechaba que aquel anciano ocultaba algo.

–¿Qué busca realmente? –le preguntó Antonio, curioso.

–Ya se lo he dicho. Un botín. Un gran botín. Verá, mi padre...

–Sí, yo le conocí.

–Eso no me lo había dicho –Manuel se quedó sorprendido.

–Verá, su padre venía por aquí a menudo. Éramos buenos amigos.

–¿Y usted sabía que...?

–¿Qué le acusaron de ser un ladrón? –le interrumpió–. Claro que lo sé. 

Dio una larga calada a su cigarro.

Manuel se asustó.

–Creo que el que no conoce la historia de su padre es usted –le dijo el viejo.

–¿Me está tomando el pelo? –Manuel comenzó a enfurecerse.

–Su padre nunca robó nada. ¡Fue una farsa, una trampa!

–No me mienta. Si supiera todo lo que he sufrido…

–Hay gente a la que le molesta el éxito. Créame, la envidia existe.

Manuel no podía soportar al anciano, pues se dedicaba a blanquear la imagen de su padre, un ladrón al que se negó a acompañar en su lecho de muerte.

–Esto es un completo disparate –suspiró–. Solo falta que ahora me diga que el botín por el que he venido hasta aquí no existe.

Antonio apretó los labios y suspiró.

–Verá, sólo puedo decirle una cosa. Acérquese.

Antonio alargó su brazo y arropó a Manuel.

–Ese mapa señala que el botín se encuentra en mi finca –le confesó en un susurro–. Vamos, le llevaré.

La finca del anciano contaba con unas doscientas cincuenta hectáreas. Eran unas lomas ideales para el pastoreo de vacas, cabras, ovejas y demás animales de granja. 

El 4X4 se detuvo junto a un roble añoso. El mapa no dejaba lugar a dudas: el botín estaba enterrado junto a sus raíces. Manuel casi podía acariciarlo.

–¡Es aquí!– gritó entusiasmado.

Antonio le observó mientras cavaba. Y de pronto, la hija de Antonio apareció por un camino que surcaba un bosquecillo de abetos.

–¿Qué está pasando aquí? –preguntó sorprendida.

Manuel la ignoró y continuó cavando. 

Horas después, Antonio miró su reloj. Era hora de volver a casa.

–Os dejo –se puso en pie, se ajustó el sombrero y se dirigió al automóvil–. María te invitará a un café cuando acabes.

–¿Te ayudo? –María miraba fijamente a Manuel.

Cavaron juntos durante un par de horas. Pero una vez perdieron la esperanza de encontrar el botín, se sentaron a observar el atardecer. 

-¿Sabes, Manuel? Tu padre fue un buen hombre.

-¿Un buen hombre? ¡Tonterías! Mi padre era un ladrón. 

-Lo era. Y mi padre también.

Manuel la miró confundido.

-¿Has entrado en la tienda de mi padre?

Manuel asintió.

-Nunca la hubiese abierto sin la ayuda de él. Los dos estaban obsesionados con dar un golpe en la sucursal del pueblo. 

Manuel suspiró.

-Supongo que el mapa lo hizo antes de dar el golpe. Y seguro que pensaron esconder el botín junto a este árbol.

-¿Quieres decir que no llegaron a robarlo? -Manuel le miró con intriga.

-Lo robaron, sí. Pero tu padre no permitió que se llevaran más de lo necesario. Lo suficiente para poner la tienda.

-¿La tienda? -Manuel resopló. 

-En sus tiempos fue el mejor anticuario de la comarca. Todo el mundo pasaba por allí. Pero ahora mi padre va a cerrarla;  es demasiado mayor para llevarla y yo no puedo hacerme cargo de ella. A menos que... -sus ojos brillaban en el atardecer-. A menos que quieras ayudarme.

Manuel negó con la cabeza. 

-Eso es poco para mí. Lo siento, María.

La miró a los ojos. 

-La última vez que vi a mi padre, yo apenas tenía quince años. Le dije que nunca seguiría sus pasos, que nunca sería un ladrón. Haría mis negocios y formaría una familia. ¿Y sabes lo que me contestó?

–Dime.

-Que <<los ladrones también nos preocupamos por nuestros hijos>>. Quizás por eso me entregó el mapa. Así que… –se quedó meditabundo–, ¿sigue en pie tu oferta?