IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

El gran momento

Roser Marti, 17 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)  

Su mente, hasta entonces agitada, comenzó a discernir lo real de lo falso. Sus ojos ausentes recobraron un chispazo de inteligencia. Y las comisuras de sus labios dibujaron una sonrisa. También sus oídos pudieron, al fin, ponerse a escuchar.

Fue aquel el gran momento, el decisivo, el instante en el que una eminencia de aquella sociedad envuelta por creencias mitológicas, comprendió que la verdad que creía cierta, no lo era. Y la justicia, tampoco. Y que la ignorancia afectaba a todos por igual.

El vacío que sentía desde tiempo atrás, causado bien por las conclusiones -no compartidas- de sus contemporáneos o por la controversia que mantenía con los cabecillas de su ciudad, comenzó a desaparecer gracias a una célebre sentencia que se le marcó como a hierro: “Solo sé que no se nada”.

Su orgullo era evidente, a la vez que la incógnita ante cómo sería recibido aquello, pero la felicidad le sorprendió, pues había alcanzado un logro personal tras llegar a una conclusión exenta de falsedad y manipulación.

Tal vez, como muchos filósofos posteriores opinaron, Sócrates buscó contribuir (aunque de manera indirecta) al escepticismo. Es decir, a que mediante su famosa frase se dudara de la verdad… O tal vez no. Quizá pretendió remarcar la insignificancia del hombre respecto a todo lo que no logra apreciar. O tal vez no… Por todo esto, ¿sería demasiado atrevido pensar que en aquel preciso momento se produjo el gran “milagro” griego, es decir, el paso del mito al “logos”, lo que significó un paradigma filosófico para el mundo? Sócrates no lo sabia con certeza, aunque de alguna manera tuvo que intuir que la conclusión de su vida, resumida en esas palabras, iba a ser decisiva.