XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

El muerto ausente

Jesús López Parejo, 15 años

                Colegio Mulhacén (Granada)  

Lucía no había salido aún de su casa. Parecía ausente, deprimida, sin ganas de vivir. Su cara era una mezcla de lágrimas, dolor y rabia. De todos los hermanos, ella era la que estaba más unida a su padre.

La última vez que lo vio fue el tercero del mes. Llovía. Como siempre, charlaron y rieron en el desayuno. Lucía no se imaginaba lo que iba a sucederles.

Por la tarde, le dejaron salir antes de clase. Ella estaba contentísima por poder regresar a casa, dispuesta a pasar una tarde en familia después de estudiar, pero al llegar no encontró a nadie. Encendió la televisión. Las palabras del presentador de las noticias le helaron el corazón. Rápidamente telefoneó a su padre: un pitido tras otro; no había nadie al otro lado de la línea. Fue su madre quien, al final y sollozando, descolgó el teléfono.

Aunque todo el mundo conocía la tragedia de aquel tren, nadie sabía cómo se sentía Lucía, que se derrumbaba en un mar de lágrimas cada vez que volvía a escucharse el titular. Para ella, aquellas imágenes eran como un jarro de agua helada. Necesitaba que dejaran de darle el pésame, que todo aquello se olvidara.

Lucía había cambiado, como si parte de ella hubiera muerto junto a su padre. En su casa también se sentía tristeza, desamparo y añoranza. Nadie reía. La pequeña Claudia era la única que parecía no ser consciente de lo ocurrido. Ella era el único rayo de alegría.

La policía no había encontrado el cuerpo entre los hierros candentes, y Lucía era incapaz de llevarle flores a un ataúd vacío.