XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

El nido equivocado

Maravillas Sánchez-Tarazaga, 16 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)  

–El halcón ha entrado en el nido. Repito: el halcón ha entrado en el nido.

El pasillo estaba oscuro, aunque no como en otras ocasiones porque la luna llena se asomaba a través del pequeño tragaluz. Era siete de mayo y, a causa del ambiente estival que se había adelantado, un aroma a gazpacho brotaba por debajo de la puerta 81 (o de la 18, qué más da).

La puerta se abrió con facilidad, tal y como le había dicho el jefe que ocurriría. Nada más entrar vislumbró un florero, poco acertado según la opinión de cualquiera que tuviese cierta afición por la decoración. Una suave alfombra, una mesilla, una televisión, los platos de la cena aún sin recoger y un par de cuadros torpemente colgados. 

El dormitorio se hallaba cerca de la cocina. Se adentró sigilosamente, deslizó un pie, luego otro… Sin duda, el plan era perfecto; nada podría salir mal. 

Su víctima resultó ser más corpulenta de lo que se había imaginado tras la descripción del jefe, que tal vez le mostró una foto antigua, porque el color del pelo también era distinto. De todos modos, apretó la almohada contra su rostro y le atrancó las vías respiratorias, hasta que esta cesó de luchar.

–El halcón ha recogido los gusanos. Repito: el halcón ha recogido los gusanos. Misión cumplida. 

Acabada la tarea se dirigió de nuevo al recibidor y se acercó a la puerta. Una sensación extraña le recorría el cuerpo, como si presintiera que algo no había ido como estaba planeado. Salió al rellano tras comprobar que no había nadie. Entonces se detuvo en seco: si había ocurrido lo que se estaba imaginando, el halcón caería en picado. 

Cruzó los dedos y recapacitó. Izquierda, derecha, izquierda, derecha. Estaba en lo cierto, había entrado por la puerta equivocada. No era la primera vez que la dislexia le jugaba una mala pasada.