XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El regalo 

Laura Palomo, 16 años

Colegio Zalima (Córdoba)

Aquella fue la primera Navidad que Luis pasó fuera de su casa. Desde el azote mundial del COVID-19 destinaba más tiempo al hospital que a estar con los suyos. Cuando lo llamaron para que se reincorporara a la UVI, estaba de baja por paternidad, pues su mujer había dado a luz. La consejería de Salud había habilitado dos plantas de un hotel para los enfermeros COVID y para el personal médico, con la intención de que no corrieran el riesgo de infectar a sus familias.

Los medios de comunicación y los ciudadanos comenzaron a considerarlos como héroes, pero Luis no se sentía de esa manera. No había estudiado enfermería para ir a la guerra, sino para ayudar a los enfermos. Para ser un héroe tendría que haber sabido consolar a los infectados que tenían miedo y no habría hecho promesas falsas acerca de su curación, ni tendría que haber participado en el triaje, es decir, en escoger a los pacientes que tenían más garantías de sobrevivir para tratar de curarlos.

<<Debería haber luchado por todos y cada uno>>, se reprochaba.

Se le venía a la cabeza el recuerdo de una muchacha que había ingresado a su madre, casi agonizante, a la que había prometido que no iba a dejar que muriera sola, compromiso que no pudo cumplir.

Durante aquellos meses se sintió impotente. Cuando se retiraba a su habitación del hotel, caía en el desánimo, pues pensaba que durante esas horas aquel hospital improvisado tendría dos manos menos. Y añoraba a su familia: le habría gustado pasar la primera Navidad de su bebé (que tenía ya tres meses) en casa.

La situación se hizo aún más crítica: no sólo aumentaban los casos sino que faltaban respiradores, camas, material médico, mascarillas… y espacio para distribuir a todos los pacientes que les iban llegando.

Una mañana observó la pobre decoración de los pasillos, que consistía en un destartalado arbolito de plástico –del que alguien había colgado unas cuantas bolas de colores, que no combinaban entre sí, y envuelto en unas tiras ajadas de espumillón–, así como un Nacimiento de proporciones desiguales, en el que el rey Melchor sobre su camello era tan alto como una pastora, y el Niño era del tamaño del buey. Aquellos adornos, más que avivar el espíritu navideño, aumentaban su sensación de tristeza, como si quisieran transmitir alegría y fervorosa devoción, pero lograran lo contrario.

Entonces se abrió el ascensor y apareció Miriam, una de sus compañeras. La reconoció por su baja estatura, pues el traje de seguridad los hacía parecer anónimos astronautas.

—Menos mal que te pillo, Luis —dijo, caminando hacia él—. Acaba de llegar un paquete a tu nombre, con una de esas donaciones de algún filántropo que se siente generoso por estas fechas. ¿Te importa echarle un vistazo y subirlo donde las habitaciones? Parece pesado. 

–¿Dónde está?

–En recepción.

—Voy —dijo secamente.

Se dio cuenta de que su voz había sonado brusca, pues últimamente estaba de mal humor. En dos días iba a ser Nochebuena y no iba a pasarla con Lucía y el bebé. Pero Miriam no tenía la culpa. Además, era de esas personas con las que es fácil hablar porque nunca ponen un mal gesto.

—Mientras tanto, tú trata de meter un poco de proteína en ese cuerpo —añadió Luis para equilibrar sus malos modos, mientras caminaba hacia el ascensor.

—Muy gracioso… —. Escuchó mientras se cerraba la puerta.

La planta baja estaba desprovista de decoración. Como allí era a donde recibían a los contagiados, nadie había tenido tiempo de colocar un adorno, salvo Gloria, la recepcionista, que había pegado a lo largo del mostrador un espumillón también despeinado y medio calvo, ya que todas aquellas tiras habían salido de la misma caja. Luis pensó que había empezado a odiar el espumillón.

—¿Vienes a por el paquete? –le preguntó la recepcionista.

—Sí; me lo llevo.

Era una caja grande, y en ella se leía “Frágil''. Cuando lo tomó en brazos, comprendió por qué Miriam no se lo había subido. No hubiese podido, tan pequeña como era. 

Una vez en su planta, Luis lo llevó a la sala que desde que comenzó la pandemia hacía las veces de lugar de descanso para él y sus compañeros de planta. Se preguntó qué podría ser.

<<Eso sí>>, se dijo con ironía, <<parece que no se trata de más espumillón>>. 

Al abrirlo recordó la anterior Navidad, en la que Lucía le anunció que estaba encinta. Luis sintió que aquel había sido mejor regalo de su vida.

Cuando Miriam entró en la sala de espera, se lo encontró agazapado sobre el paquete. Su compañero estaba llorando, pero no parecía triste.

—¿Luis? 

Él se giró para mirarla. Hacía pucheros, como un niño pequeño. Ella lo miró expectante, formulando la pregunta con la mirada.

—Es un respirador —contestó entre lágrimas.