IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

El rey y la princesa

Teresa Esteve, 15 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Carlota golpeó la puerta con fuerza después de sentirse derrotada de nuevo. Con un resoplido apoyó la cabeza sobre la pared y cerró los ojos, intentando aliviar el dolor que sentía en la garganta. Se mordió el labio inferior y negó con la cabeza, tragándose las lágrimas. Estaba celosa.

Por un momento quiso reflexionar sobre todo aquello, ordenar sus pensamientos, pero su orgullo infantil no se lo permitió. Escondió la cabeza entre el pelaje de la muñeca y gimió débilmente. Estaba harta de sentirse peón cuando había nacido para princesa. Ella, que siempre había sido el centro de todas las atenciones… Hasta que había llegado su hermano, el nuevo rey de la casa.

De pronto alguien llamó, sobresaltándola. Era su padre. La niña abrió la puerta con un gruñido y se topó con aquellos ojos enormes que la miraban fijamente, con curiosidad.

-Cielo, ¿te importa ocuparte de Luis un momento? –le pidió-. Tengo que terminar un par de gestiones.

Carlota quiso replicar pero finalmente asintió de mala gana. Alzó los brazos y cogió al niño con aire de superioridad. Éste se aferró a ella y apoyó su cabeza bruscamente sobre el hombro de la pequeña. Carlota se detuvo a estudiar los movimientos y reacciones del rey. Percibió que respiraba entrecortadamente y que, de vez en cuando, soltaba sonidos peculiares, divertidos. Movía la cabeza torpemente. Entonces recordó que su madre le había explicado que a los bebés les pesaba mucho el cráneo.

Luis jugueteaba con el pelo de su hermana, enredándolo en sus deditos. Su otra mano le agarraba con fuerza, como si quisiera asegurarse que no le iba a dejar caer. Carlota sonrió y selló sus labios sobre la frente de su hermano. El pequeño soltó una carcajada y clavó sus ojos negros en los de la niña, que sintió que le observaba un ángel. Quizá ya no le importaba compartir el trono con el rey.