XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

In memoriam 

Ana Jiménez Sanz de Lara, 17 años

Centro Zalima (Córdoba)

Los recuerdos de la pesadilla que barrió Europa lo atormentaban. De nuevo le llegó el eco del odio y la violencia que identificaba aquellos años en los que los inocentes pagaron, con su vida, los caprichos de los poderosos. 

Fue durante el invierno de 1926, una estación que resultó especialmente fría, larga y nubosa. Un manto gris arropaba la ciudad de Lieja. A los pies del árbol que presidía un jardín, George Smith, con lágrimas en los ojos, se dolía de las cicatrices que le afloraban en el alma. El crepúsculo se hizo presente, dejando paso al velo nocturno que cayó sobre el río Mosa. Entonces el anciano desenvolvió un pequeño hatillo. Lo que en él guardaba, le llevó a una lejana Navidad.

Fue en 1914, cinco semanas después del comienzo de la Guerra y a seis días de la Nochebuena. Ingleses, franceses y alemanes cruzaron las trincheras sin portar armas ni ejercer la violencia. El conflicto bélico que se detuvo por unos días, en los cuales ambos bandos compartieron lo poco que tenían para celebrar, codo con codo, el nacimiento de Dios en la tierra. Y como si fuese un milagro, reinó la paz .

El diecinueve de diciembre, George Smith, que por entonces tenía veintidós años, escuchó rumores sobre una posible tregua en el frente Oriental. No dio crédito de lo oyeron sus oídos, aunque resultó ser cierto. Los soldados de la infantería inglesa, tras la media noche, avanzaron hasta la línea de combate, dejando atrás rifles, granadas y ametralladoras. Se sentían impelidos por las ganas de confraternizar con sus iguales del otro ejército. Al cabo, todos deseaban el fin de esa pesadilla que había roto Europa.

George y sus compañeros pasaron la noche alrededor de una fogata, conversando e intercambiando opiniones con Sven y Herbet, dos alemanes que hablaban su idioma. La guerra había perdido momentáneamente su sentido –si es que alguna vez lo tuvo–, pues los enemigos habían decidido dejar de ser enemigos.

Seis días más tarde el espejismo de la Navidad se desvaneció y la más terribles de las realidades se hizo de nuevo presente. El sufrimiento que causaría aquella contienda tardaría dos años en apagarse, para quedarse por los siglos en el álbum de la memoria.