XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Jaque 

Javier García Sebastián, 17 años  

Colegio Tabladilla (Sevilla) 

El peón se despertó, situado en formación de batalla. Se encontraba en el mismo centro de la primera línea ofensiva, con sus compañeros de filas a ambos lados, enarbolando cada cual su arma, todos ellos ataviados con un uniforme blanco. No le hizo falta mirar atrás para sentir la presencia del rey. El monarca se había colocado junto a su esposa y estaban salvaguardados por la caballería, los agiles alfiles y, al fondo, las intimidantes torres. La única prioridad de aquel ejercito era defender a su soberano y derrocar a quien le había retado a una refriega a vida o muerte.

Un tanto nervioso, el peón fijó la mirada en las líneas enemigas. Una hilera de peones negros lanzaba balandronadas amenazantes. Con confianza algo forzada mantuvo la cabeza alta y blandió su cuchillo, aunque en su interior el corazón le pesaba como si fuese de madera.

De pronto percibió un impulso; alguien le obligaba a avanzar. La guerra había dado comienzo y a él le había correspondido el primer movimiento. Aunque conocía la táctica a seguir, temblaba de inseguridad. 

En cuanto avanzó un par de pasos, se desató el caos, pues a los pocos minutos de estallar la contienda el ejercito blanco comenzó a desmoronarse. Habían movido primero, pero el peón observo con terror cómo el enemigo avanzaba a una velocidad vertiginosa, aplastándolo todo. Los contrincantes parecían estar tres pasos por delante, adelantándose a todos sus movimientos. El peón no pudo hacer otra cosa que observar cómo sus compañeros caían alrededor. 

En poco tiempo la caballería de ambos bandos fue reducida a cenizas, como también las torres negras y los alfiles blancos. Muchos soldados de infantería de ambas banderas cayeron también. La baja de mayor rango había sido la reina blanca, asesinada a sangre fría en una jugada brillante por uno de los alfiles contrarios.

La blanca pieza se sentía acorralada, no sabía reaccionar… hasta que lo vio. Tras muchos intercambios de jugadas se había abierto un pequeño camino que atravesaba el campo de batalla. El soldado conocía las reglas de la guerra: si un peón llegara al corazón de las líneas enemigas, obtendría la resurrección de su reina, que a la sazón es la pieza más poderosa del tablero. Era una jugada arriesgada, pero no vio otra opción.

Con lentitud, pero seguro de sus posibilidades, comenzó a avanzar. Las tropas blancas, al darse cuenta de su plan, presionaron con redoblados esfuerzos, tratando de ganar tiempo para que el peón consiguiese su objetivo. Cuando este miró atrás y vio a sus compañeros sacrificándose por él, con un furioso rugido gutural dio el último paso. Había llegado al corazón de las líneas enemigas.

Sintiéndose más poderoso que nunca, el peón estudió lo que quedaba de su ejército. El rey le devolvió una mirada llena de reconocimiento y orgullo. Con el corazón a punto de saltar del pecho al ver a su esposa rediviva, el monarca comandó a sus siervos en un último ataque, a la desesperada.

Aunque los militares negros respondieron con decisión, no pudieron aguantar las continuas acometidas del ejercito blanco, que en pocas jugadas acorraló al rey rival en una esquina del campo de batalla. Antes de que este pudiese escapar del peligro, el peón le cortó la salida.

–Jaque mate –declaró.

Las fichas blancas rugieron de triunfo.