XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

La estatua del General 

Felipe Gabriel Beytía, 16 años

Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa, Perú)

El señor Ramón se encontraba en la plaza Victoria, acompañado por una joven cuidadora y por otros diez ancianos, que vestían de la misma forma que el señor Ramón: una casaca azul, pantalones rojos y un quepí que combinaba ambos colores.

–Y entonces –contaba uno de ellos–, a mi grupo lo emboscaron en la sierra. ¡Eran miles los enemigos!

–Eso no es nada –replicó otro, que carecía de dientes–. Yo luché para tomar el Morro, donde había un sinnúmero de minas enterradas.

–¡Silencio! –los calló el más gordo del grupo–. El hombrecito va a hablar…

Señaló a un militar que estaba enfrente de una estatua cubierta por un enorme velo.

–Hace casi sesenta años –comenzó aquel soldado su discurso–, nuestro país se vio envuelto en uno de los más duros conflictos armados de su historia, del que fuimos vencedores. Miles de hombres y mujeres dieron la vida por la patria. Y por eso estamos hoy aquí, para homenajear a aquellos que caminaron por el infernal desierto cargando nuestro pabellón, defendiendo la dignidad de nuestra tierra... Por eso, es un inmenso honor ser yo quien inaugure este monumento. Sin más preámbulos, le ruego a los presentes que se unan en un fuerte aplauso para los veteranos del conflicto.

La multitud aplaudió a los diez ancianos, que agradecieron tal aprecio. Empero, sus expresiones cambiaron cuando fue retirado el velo que cubría la estatua.

–¡Es el General! –exclamó el gordo, levantándose de golpe.

–No puedo creerlo –el señor Ramón estaba al borde de las lágrimas, sentado en su silla de ruedas. Tironeó de la manga de su joven enfermera–. Móniquita, ayúdame a ponerme en pie.

–Pero, usted no puede.

–¡No me importa! –gritó el viejo–. Debo levantarme y saludar al General que nos llevó al triunfo.

Los veteranos rindieron honores a la imagen en bronce del militar, con los ojos cuajados de lágrimas.

–Moniquita –el señor Ramón palmoteó la mano de la muchacha–, estoy seguro de que los jóvenes se esmerarán en servir a su país, como nosotros lo hicimos.

Pero estaba equivocado, pues ochenta años después, en la misma plaza se concentró una protesta. Moniquita era anciana y desde un asilo contemplaba por el televisor cómo el vandalismo se apoderaba de la calle.

–¡Exigimos que esta estatúa sea derribada! –gritó un manifestante encapuchado justo delante del maltratado monumento.

–Parece mentira… –se quejó Mónica a la viejita que estaba a su lado–. Para exigir, al menos hay que saber hablar con corrección.

–No queremos huellas de nuestro pasado militar –prosiguió la líder del partido comunista–. Esta imagen no representa a ninguno de nuestros héroes. Fue erigida para honrar los crímenes que nuestro país cometió durante la guerra. Recordemos que el ejército enemigo estaba formado, en su mayoría, por gente pobre. Por tanto, nuestros soldados fueron maltratadores de las clases bajas. En aquella contienda los ricos asesinaron a los pobres en nombre de un “falso patriotismo”. A partir de ahora, hagamos monumentos que festejen los momentos felices de la nación.

Un opositor tomó el micrófono que el reportero del canal de televisión había ofrecido a aquella mujer.

–¿Y qué hacemos con la estatua del dictador comunista que está frente al palacio presidencial? –le preguntó a bocajarro.

–No… pues… sí –balbució¬–. Él no fue un dictador. Sucede que tú eres un fascista, una persona que está en contra de los derechos humanos y a favor de las masacres ocurridas en los campos de batalla.

Un abuelito se levantó del sofá para apagar el televisor. Entonces Moniquita hizo señas para que una de las enfermeras la llevara a otro lugar del edificio.

–Hay que ver a esa mujer revolucionaria –se quejó el abuelo–. Seguro que jamás tocó un libro de Historia.

–Sí –suspiró Moniquita–, como la mayoría de jóvenes en este condenado país.

Mientras la enfermera la conducía por el pasillo, Moniquita observó una fotografía antigua que decoraba la pared. En dicha imagen estaban los diez veteranos junto a la estatua del General, en el día de su inauguración. Todos miraban a la cámara con una sonrisa.