VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

La luz de la amistad

Belén Torres, 16 años

                 Colegio Pineda (Barcelona)  

Le extrañó aquella luz brillante en medio del bosque. No era normal. Se había alejado del resto para fumar con tranquilidad, lejos de los comentarios de Marta, con la que se había enfadado, pues era una cabezota a la que había que obedecer cómo y cuando ella quisiera. Como ella estudiaba medicina, siempre le repetía la misma cantinela cada vez que sacaba el paquete de tabaco:

-Fumar mata, ¿te enteras?

-Marta, estudio periodismo, sé leer; entiendo perfectamente lo que dice en los mensajes que hay escritos en las cajetillas, no necesito que tú me los transmitas de nuevo – contraatacaba, guiñando un ojo.

Daniel miraba fijamente la luz, mientras daba una honda calada. Su curiosidad podía con él. Entrecerrando los ojos, tiró la colilla al interior de una botella de agua y, linterna en mano, empezó a caminar.

La vereda estaba despejada. No tuvo problemas para avanzar hacia la luz que, misteriosamente, en lugar de hacerse más grande conforme se acercaba, hacía lo contrario: se empequeñecía. Con el entrecejo fruncido y los nervios a flor de piel, llegó frente a un agujero en una roca de no más de metro y medio de ancho y dos escasos de largo. Sin asomar la cabeza, entró.

Se encontraba en un largo túnel que siguió hasta llegar a un espacio redondo. Instintivamente miró al techo, buscando la fuente de luz, pero -para su sorpresa- allí no había nada, hasta que notó un golpe a la altura de la espinilla que le hizo soltar un quejido y mirar al suelo. Se agachó fascinado: había un pequeño arbusto. Esa era la fuente de luz, un brillo cegador que hipnotizaba. Sintió un cosquilleo en los dedos y la necesidad de tocarlo. No lo pensó y se lanzó sobre él, rozando apenas una de sus pequeñas hojas.

Al instante, se le abrieron mucho los ojos y la escena cambió. Ya no estaba en una cueva sino sentado frente a Marta, su amiga, la futura doctora, mientras ella removía un café con aire distraído. No parecía verle. El teléfono móvil que la estudiante de medicina tenía a su lado, sonó. Alguien le habló al otro lado del aparato y ésta, agitada, se levantó y recogió un bolso y una chaqueta. Corrió hacia un coche y lo puso en marcha. Él la seguía a su lado, como pegado a ella.

Aparcaron frente a un edificio y se adentraron en él. El ascensor los transportó hasta la planta número seis y llamaron a una puerta cualquiera. Cuando abrieron, Daniel se vio a sí mismo con unos cuantos años de más. Daba la sensación de encontrarse agotado y deprimido. Soltó un taco de la impresión.

-Dani, ¿qué te pasa? – preguntó la chica con una dulce sonrisa.

Aquello lo desmoronó y se echó a llorar, al tiempo que su amiga lo abrazaba.

-Tranquilo, que no es para tanto. Si te ha dejado es porque no te merecía; tú vales mucho más. Puede que esto no te guste, que has conocido a muchas chicas y que siempre te hacen daño, pero encontrarás a la tuya, aunque no olvides que fumar es lo peor. Esto –le quitó un paquete de tabaco– deberías lanzarlo a la basura en este mismo instante. Pero te lo perdono por hoy –sonrió. Logrando provocar una carcajada de su amigo.

La escena cambió... Dani y su amigo Marcos habían entrado en una joyería. Parecían alegres. Más tarde se encontraba en una cena con otros amigos y, así, fue cambiando el escenario de sus encuentros, siempre acompañado de algún amigo: riendo, llorando, cantando, bailando…

Se desplomó en el suelo, en el lugar donde había estado fumándose su cigarrillo. Agitó la cabeza contrariado. Debía de haberse quedado dormido. ¡Qué cosa más extraña! Se levantó, sacudiéndose los pantalones. Al levantar la vista volvió a ver la intensa luz que, esa vez, se apagó de golpe, como una vela.

Una ráfaga de aire le golpeó la cara al tiempo que susurraba: “un buen amigo dura para siempre”...

De vuelta al campamento, se encendió otro cigarrillo y lo fumó poco a poco. Cuando llegó a su tienda de campaña, Marta estaba esperándolo.

-Dani, siento lo de antes. Es que… - Le miró un momento –. Fumar mata, ¿te enteras?

Él la miro, miró su cigarrillo y con una sonrisa lo volvió a lanzar a la botella de agua. Su amiga le echó una mirada de escepticismo y abrió la boca con intención de replicarle, pero sus palabras fueron acalladas por el súbito abrazo de Dani.

-A partir de ahora, se acabó el fumar.