IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

La magia del amor

Paula Prieto, 14 años

                  Colegio Monaita (Granada)  

Olía a cierta mezcla entre fuego y pólvora, hierbas aromáticas y miel. El lugar tenía forma cónica y se cerraba en una cúpula. Lucía techos altísimos totalmente cubiertos por pinturas. Una pequeña escalinata daba paso al altar, sobre el que se hallaba un atril. Encima de éste había un libro viejo, con lomos de madera oscura, y un grabado de letras doradas que rezaban: “El Libro del Árbol Centenario”.

Una joven leía del libro con una suerte de cántico y poema, en un idioma desconocido. Hablaba rápido y de forma rítmica. La acentuación del texto recordaba al latido de un corazón. Cambió de lengua por su idioma nativo, esta vez pronunciado más alto, casi a gritos:

-Agares, ¡por el poder que poseo y la magia que me ha sido concedida…, y te invoco!

De repente la inmensa sala se llenó de un humo gris oscuro, y surgieron chispas del centro del lugar. Se dibujaron momentáneamente a fuego sobre el suelo dos circunferencias concéntricas. Apareció en la interior un ser de tamaño considerable, pero no demasiado grande. Medía aproximadamente dos metros y tenía una forma similar a la humana. Estaba encorvado y el color de su piel era grisáceo, del color de las cenizas. Sus ojos estaban hundidos y eran más negros aún que su piel.

Agares se incorporó.

-¿Quién osa arrancarme de mi hogar? -inquirió furioso.

-Soy yo –le contestó la chica que había estado leyendo del libro.

La muchacha bajó por la escalinata del altar. Aparentaba unos dieciocho años y era alta y delgada. Calzaba unas botas negras hasta por encima de las rodillas y le caía una falda de vuelo, del mismo color, que acompañaba con un corsé de piel oscura y una capa de terciopelo violeta atada al cuello, que arrastraba y cuya capucha llevaba sobre la cabeza, hasta cubrirle los largos cabellos castaños.

-¿Y quién eres tú para traerme de vuelta? ¿Cómo has obtenido el poder para hacerlo? Yo, Agares, duque de las legiones del infierno, poderoso y mago.

-Mi nombre es Ione. Ione Orocovis. Lilio Orocovis era mi abuelo. Me dejó en herencia “El Libro del Árbol Centenario” y la insignia de mi familia, por lo que toda la magia que hay en este mundo, está sobre mí.

-Eso es imposible… Yo mismo me encargué de destruir el último ejemplar de ese libro con el fuego del infierno -Agares estaba confundido. Aquella chiquilla no era nadie para arrebatarle ahora su victoria, después de que tanto hubiese luchado por llevarse el poder al otro mundo y dejar a la Tierra sin amor y sin magia.

-Pues, como puedes ver, no estabas en lo cierto. Tengo el último ejemplar del Libro. ¿Cómo explicarías, si no, que te haya traído desde el más allá? Ambos sabemos que sin el poder de sus páginas, es imposible. Además, no he formado ninguna alianza: estoy sola, sin otro mago al que unir mi poder.

-Tal vez deba creerte. –Agares comenzó a reírse-. Por cierto, ¿Cómo está tu abuelo?...

-Tus aliados lo mataron. ¡Está muerto por tu culpa! -respondió Ione entre lágrimas.

-Yo mandé que lo llevasen a la tumba. Eso es lo que hago yo con mis obstáculos: quitarlos de mi camino. Y fue Lilio un gran obstáculo, pues además de poderoso mago, un gran amor guardaba en su corazón. Debí asegurarme de que no creaba más ejemplares de El Libro del Árbol Centenario... Toda su vida la pasó tallando los lomos en madera, copiando a mano las escrituras y dándole la magia y la vida a cada Libro con su propio amor. -Volvió a reír con desprecio. -¿Por qué me has traído aquí, niña insolente?

-Para que me devuelvas la parte de éste mundo que te llevaste contigo al infierno-contestó Ione, roja de furia.

Agares rió estrepitosamente, sobresaltando a Ione, que trataba de ser fuerte. Quería defender todo lo que su abuelo le había transmitido. Pero Agares estaba logrando alterarla. Aún así, sabía que no debía enfadarlo. Si se llenara de ira, ocurrirían cosas terribles…

-¿Y por qué debo darte lo que deseas?-preguntó el demonio.

-Porque se me dejó en herencia el deber de devolver a los corazones la magia para sentir, para amar. Desde la pérdida de la magia, ninguna persona en este mundo es capaz de establecer un vínculo de amor. Y, sin embargo, esta insignia –sacó de debajo de la capa un medallón de oro, que tenía una letra “O” de madera en su superficie- es el símbolo de mi familia, que me confiere la magia suficiente para desintegrarte aquí, y ahora, en este momento. Es muy fácil deshacerse de las personas despreciables, como tú, aquellas que no aman, que nunca han amado ni amarán. Todos necesitamos amar, al igual que necesitamos ser amados. Somos muy pocos los que tenemos amor y, por tanto, tenemos la magia. ¡Devuelve a los corazones lo que siempre debió quedarse ahí! ¡Apiádate de este mundo que has vaciado! Como amo, siento lástima incluso de ti y no quiero hacerte daño.

En la sala se hizo un silencio absoluto. Ione miró hacia el gran ventanal, tapado parcialmente por unas rojas cortinas de terciopelo. Vio el mundo oscuro que se hallaba detrás de él y confirmó todas las razones por las que debía cumplir el encargo de devolverle la luz.

-Aún tengo mucho que hacer en el infierno –dijo Agares, y su voz sonó a decepción-. Dado que no me das elección, te daré lo que deseas. Tendré que conformarme con el mal que hice en el pasado.

Agares lanzó a la chica una diminuta bola de cristal, que ésta cogió al vuelo. En su interior se agitaba un humo rojo, impaciente por traspasar la transparencia del cristal. Sin pensárselo dos veces, Ione arrojó la bolita al suelo, y se rompió nada más rozar la fría superficie. En ese momento, Agares desapareció, de vuelta al averno.

La joven se dispuso a bajar la escalera que daba acceso a la calle. Nada más salir pudo apreciar cómo la luz había regresado. Llegó a sus oídos la risa de un niño. En aquel momento, apareció en su cara una sonrisa y una lágrima resbaló por su mejilla.