VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

La mina

José María Jiménez Vacas, 14 años

                  Colegio El Prado (Madrid)  

Cuando el humo se disipó ante sus ojos, empezó a llorar. Había sido una dura jornada: no siempre tenía que despedirse de un compañero, de un amigo.

Se metió en la cama, agotado, y comenzó a dar vueltas. Aquel condenado trabajo ni siquiera le dejaba dormir por las noches.

Antes del amanecer, regresó a la mina. Nadie hablaba de lo que había ocurrido el día anterior. Habían llevado el recuerdo de su amigo a la oscuridad. Lo habían olvidado en algún estercolero. Toda su vida rodeado de miseria. Ni en su muerte hubo dignidad.

Se adentró en las profundidades de la mina. Esta vez lo hizo solo. Era un largo trayecto. En la bajada recordó sus conversaciones con su amigo. ¡Pobre diablo! El sonido del ascensor que le conducía a las profundidades no le dejaba pensar. Era penetrante. Todo estaba confuso. De pronto, le vino a la memoria una escena casi olvidada con su viejo compañero. Aunque no quería, volvió a llorar. El polvo de la gruta se mezclaba con sus lágrimas e irritaba sus ojos.

Hasta aquel piso, el camino había sido sencillo. Pero ahora era necesario cruzar un difícil paso. No dejaba de recordar cómo atravesaba estos mismos caminos con su amigo al lado. Ambos se ayudaban. Había pedido la práctica de hacerlo solo.

Recorrío el último trecho del túnel y descubrió que las rocas se habían desprendido por la noche, ocultando el trabajo de varias semanas. Las lágrimas volvieron a sus ojos; esta vez no quiso limpiarlas. Agarró el pico y lo incrustó con furia en la roca. Se desprendió más humo. Tosió, llevándose la mano a la boca. La ira comenzó a acumularse en su interior. Con desesperación, golpeó la piedra una y otra vez, hasta que un escombro cayó sobre su cabeza. Quedó mareado enrtre la humedad caliente de una hemorragia.

Quiso gritar, pero sabía que en aquel lugar nadie le escucharía. El pico resbaló de su mano y produjo eco al golpear el suelo. Inesperadamente, las rocas comenzaron a cortarle el paso. Estaba atrapado. Comenzó a zarandearse. No podía soportar la situación. Un pedrusco le atrapó la rodilla. El dolor le obligó a incorporarse. Fue entonces cuando su cabeza golpeó el techo de la gruta. Perdió el conocimiento.