III Edición

Curso 2006 - 2007

Alejandro Quintana

La rosa del desierto

Patricia Pugnairé, 16 años

                  Colegio Canigó (Barcelona)  

      Sofía siempre fue una apasionada de las joyas. De pequeña, cada vez que su madre iba a una fiesta, ella se encargaba de escogerle las que mejor le combinaban para esa ocasión. También acompañaba a su padre a las subastas de piedras preciosas y, siempre que le preguntaban qué le haría ilusión en Navidad, respondía: “una joya me haría muy feliz”. Cuando tuvo que elegir una carrera universitaria, escogió Gemología con diseño de joyas. Sus padres le animaron a que lo completase con otra disciplina. Finalmente, se decantó por combinar su pasión con la carrera de Periodismo, pues le encantaba leer, escribir e investigar.

      Al acabar la carrera, comenzó a trabajar en una casa de subastas. Después abrió su propia joyería, en una de las mejores avenidas de Montreux. Este trabajo lo combinaba con la publicación trimestral de una revista de joyas que elaboraba junto a una compañera de la universidad. Pero sus metas iban mucho más allá. Desde hacía meses se le había metido en la cabeza escribir un libro sobre las más importantes joyas del mundo. Pero no quería que su libro fuese una enciclopedia de la gemología. Así, decidió especializarse en los diamantes, los rubíes, las esmeraldas, los zafiros, las aguamarinas y las perlas. Las otras piedras preciosas (turquesa, coral, amatista, cuarzo, circonita…) no tenían cabida en su obra literaria.

      Para investigar, viajó por Europa. En Holanda, patria de los tulipanes y de los diamantes, consiguió visitar la colección privada de los Orange, que esconde la tiara de oro blanco y cinco estrellas con el mismo número de broches a juego. También le dejó boquiabierta la colección de rubíes que Guillermo III encargó al joyero Mellerio para regalárselos a la Reina Emma, su esposa.

      Su siguiente destino fue Dinamarca, uno de los reinos más ricos del continente donde las grandes joyas eran comunes entre los miembros de la aristocracia. Entre las más preciadas estaba la tiara, los pendientes, el broche y el collar que Jean-Baptiste Bernadotte le regaló a su esposa, la Reina Desideria, toda una obra maestra de rubíes y brillantes formando hojas de grosellas.

      Continuó su ruta por Inglaterra, donde está los famosos diamantes “Culinnam I y II” de la Corona Británica, aparte de la “diadema de los amantes de Cambridge”. Tampoco se olvidó de las esmeraldas y las aguamarinas de la Reina Victoria Eugenia, propietaria de unas valiosas piedras preciosas que, a principios del siglo XX, superaba el millón de pesetas.

      Tras haber finalizado sus viajes, reparó en que le faltaba algo: una piedra imprescindible que no había encontrado en ninguna de las más de veinte colecciones que había visitado. Era el brillante amarillo, una diamante exclusivo de enrome belleza.

      Consultó con varias joyerías con décadas de historia. Preguntó si alguna vez habían creado una pieza con brillantes amarillos para algún aristócrata, príncipe o rey. Quería saber si habían tenido entre las manos alguna de esas piedras para repararla, subastarla, venderla o engastarla. La tenía que encontrar como fuera. Se entrevistó con los directores de Piaget, Cartier, Chaumet, Van Cleef & Arpels y Bulgari, maestros orfebres que habían elaborado las mejores joyas de la historia contemporánea.

      Todos, excepto uno, le respondieron que trabajaban con diamantes amarillos. La única esperanza de Sofía estaba en el joyero de Piaget, que había quedado en consultar sus álbumes de diseño, que estaban numerados. Según le comentó, creía haber tallado alguna vez un brillante amarillo, aunque no recordaba muy bien a quién se lo había vendido. Una semana después, llamó a Sofía y le dio cita para que pasase por su despacho. Según le dijo, talló uno en 1971 para una familia española de la aristocracia. Se trataba de un diseño único. Formaba una rosa del desierto coronada por un brillante solitario amarillo rodeado de baguetes. El joyero la desilusionó cuando le dijo que había perdido el contacto con los compradores de dicho tesoro.

      Aquella misma noche, cenó con su marido en el hotel Beau-Rivage junto a un matrimonio. Bajo las arañas del comedor, Sofía se atragantó al descubrir en la mano de la esposa del banquero un destello amarillo. Le pidió que se lo enseñara. Se trataba del que le había descrito el joyero de Piaget.