IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

La ruta de la seda

Iris Galletero Maestre, 16 años

                  Colegio Jesús María CEU (Alicante)  

Como cada mañana, sentada junto a una marquesina, degustaba aquel manjar. En la parada del metro se saciaba con un intenso aroma a café. Señores con corbata, mujeres con altos tacones, niños con pesadas mochilas a la espalda…: toda clase de gente se encontraba en aquellos andenes. Y ahí estaba ella, pensando en qué nuevo reportaje le correspondería esa semana. Desde hacía un año escribía sobre moda. Su trabajo consistía en realizar investigaciones sobre las mejores firmas: Chanel, Dior, Escada, Prada, Gucci, Carolina Herrera, Dolce & Gabbana… Sus deseos al estudiar Periodismo no aspiraban más que a trabajar en un periódico. Sin embargo, se vio sorprendida cuando al terminar la carrera aquel directivo le concedió una oportunidad única: investigar hasta el fondo en un reportaje por semana.

Los lunes le esperaba una carpeta sobre la mesa de su despacho. La de aquel día tenía por nombre “Los orígenes de la seda en China”. Algo extraño, ya que estaba acostumbrada a trabajar sobre firmas modernas, comercios, diseñadores actuales… Impaciente por descubrir exactamente de qué se trataba el nuevo reportaje, abrió el portafolios. Se sorprendió al encontrar una nota: “Ven a hablar conmigo”. Era de su jefe, un hombre muy estricto en su oficio. Pero se llevaban bien. Golpeó la puerta del despacho, y se aproximó a la mesa de Germán. Su gesto daba a entender que tenía algo muy importante que transmitirle.

Al salir de la oficina se dirigió a la cafetería, tal y como le había pedido Germán. Sentada en aquel taburete, con el segundo café del día entre las manos, recordó sus palabras: “Como sabes, las más exquisitas sedas del mundo proceden de China. En la antigüedad, este tejido solo era comparable -por su valor- a los diamantes. Hoy está casi en desuso por su elevado precio. Sin embargo, un novel diseñador ha creado una colección basada únicamente en este tisú. Nuestra revista ha firmado un contrato con este genio y el primer paso para lanzarlo a la fama es, sin duda, acudir con él a China”.

María aceptó la propuesta. Le quedaban unas horas para salir de viaje con el diseñador de la colección, que se llamaba Borja. Las únicas indicaciones que le había dado Germán para reconocerlo eran que Borja era joven, alto y con el pelo largo. Unos golpecitos en el costado de María interrumpieron sus pensamientos: era Borja. Su aspecto denotaba su profesión; vestía demasiado bien para ser tan joven. Era alto y delgado, pero lo que más sorprendía de su físico eran su melena rubia y unos profundos ojos azules.

Juntos subieron al avión y juntos se sentaron. Durante diez horas de vuelo tuvieron tiempo para organizar su visita, dormir, leer e incluso disfrutar las películas que la compañía proponía a sus pasajeros. Al salir del aeropuerto chino decidieron coger un taxi que les acercara al hotel. Borja no mostraba ni sorpresa ni entusiasmo ante el maremágnun de aquella caótica ciudad. María supuso que estaba acostumbrado por sus múltiples viajes.

Al día siguiente María decidió que Borja sacara las fotos. Ella estaría a cargo de las entrevistas y anotaciones. Llegaron a la fábrica de seda. Habían concertado una visita con el director. Desde la ventanilla de su despacho observaron decenas de máquinas en funcionamiento. Pero la elegancia de la seda se disolvió al descubrir a las personas que minuciosamente trabajaban: niños, sobre todo niñas, que en España no habrían terminado ni la enseñanza obligatoria. Gracias a un traductor conversaron con algunos de ellos. Comentaban que en sus familias todas las niñas empezaban a trabajar a los diez años. En cambio, los hermanos varones podían estudiar. Lo que más les sobrecogió fue la historia de Ming, una chiquilla que había nacido en el seno de una familia noble y que, al ser la primogénita, tuvieron que entregarla en adopción. La mujer que limpiaba su casa decidió hacerse cargo de ella y acogerla. Pese a que no tenía medios para mantener a sus cinco hijos y a su marido enfermo, sacó adelante a Ming. Pero ahora la niña tenía que trabajar para ayudar a su familia protectora.

María y Borja se quedaron atónitos ¿Cómo podía ser tan distinta la realidad a solo diez horas de viaje en avión? Nunca lo habían imaginado.

Ya en España publicaron el reportaje, en el que reflejaban las condiciones de trabajo a las que estaban sometidos los trabajadores de la seda. Borja tomó la decisión de comprarla en un país ajeno a esa explotación infantil. Desde entonces María y Borja forman un equipo que busca por el mundo aquellas factorías en las que no se respeta la dignidad de los niños.