VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Las piedras

Marta Beneyto, 15 años

                Colegio Besana (Madrid)  

Paula se encontraba sentada en la terraza de su casa, leyendo. No solía leer por la tarde, porque tenía que ponerse a hacer los deberes. Pero aprovechó que sus padres habían salido a hacer la compra para dedicarse, hasta que llegasen, a avanzar la novela. Pasaron las horas y sus padres no venían para la cena. Paula, angustiada, les llamó al teléfono móvil, pero ninguno de ellos contestó. Poco después sonó el timbre de la puerta con un tono que presagiaba malas noticias.

Dos años después de aquel maldito timbrazo, Paula no vive en la ciudad, sino en el pueblo con su abuelo Pepe. Ahora tiene catorce años. Va a la escuela y disfruta de una vida un poco mas tranquila de lo habitual. La rutina es siempre la misma: ir al colegio, almorzar con su abuelo, hacer los deberes y, a última hora, leer hasta la cena en el porche de la casa destartalada.

Una noche, mientras Paula estaba terminando de fregar los platos de la cena, su abuelo Pepe le dijo:

-Te he notado un poco triste ¿Sucede algo?

-Nada. Un mal día, nada más.

-No intentes engañar a un anciano, señorita -le reprochó.

-Bueno, es que -se sentó junto a él – hoy he echado mucho de menos a papá y mamá.

-Es normal. A tu edad, el golpe es muy duro, pero ahora estás conmigo y no dejaré que te pase nada -le acarició la mano.

-No es sólo eso, abuelo. Se han metido conmigo en el colegio porque vivo contigo y porque nunca hablo de mis padres -trató de no llorar.

-No les hagas caso, hija mía. Ellos no saben lo que se pierden sin un abuelo que quiere tanto a su nieta -le guiñó el ojo, pero notó que Paula sonreía para no decepcionarle.

Paula podía confirmar que su abuelo era el mejor. Le contaba historias de todo tipo y siempre se preocupaba de ella.

Al día siguiente, cuando volvió del colegio, comieron y fregaron los platos juntos. El abuelo Pepe le dijo que cuando terminasen le iba a enseñar una cosa. Se secó las manos deprisa sin perder un sólo segundo, se puso la gorra y salió al porche donde wl abuelo le esperaba impaciente.

-¿Qué quieres enseñarme. Abuelo? -preguntó un tanto recelosa.

-Todo a su tiempo... Daremos un paseo por el bosque.

Lo que le gustaba a Paula del abuelo era que siempre le sorprendía con algo, como aquel día que con un timbrazo lle trajo la noticia más triste que jamás hubiera podido imaginar.

Caminaban entre los densos matorrales y entre pinos. Había llovido la noche anterior y se notaba el olor de la humedad en la corteza de los árboles y en el suelo, aún mojado. Llegaron hasta una finca. Entraron, pero no se veía a nadie. Sólo había dos o tres árboles y un montón de piedras blancas.

- Abuelo, ¿dónde estamos? Aquí no parece haber nada.

-¿Por qué no te agachas y coges unas piedras para decorar el porche? Yo estoy mayor y no puedo agacharme.

Paula vio que casi todas las piedras eran iguales. Se fijó en una que tenía algo escrito: “Emilio Ponte vivió cinco años”. Se sorprendió. No sabia qué significaba aquello. Se fijó en unas cuantas mas: “María Gómez vivió ocho años y dos semanas”. “Pablo Rodríguez vivió cuarenta y cinco días”. “Jesús Moreno vivió doce años y tres meses”...

Se asustó: todas las piedras tenían inscripciones parecidas. Entonces se dio cuenta; estaban en un cementerio de niños. Embargada por un dolor terrible, se sentó y se puso a llorar. El abuelo le preguntó por qué lloraba, a lo que Paula, incrédula, le contestó:

-Abuelo esto es un cementerio -sollozó-. ¿Qué les ha pasado a estos niños para que se mueran?¿Que maldición llevan estas pequeñas lápidas?...

-No, Paula. Se trata de una vieja costumbre; te la contaré: Cuando un joven del pueblo cumple quince años, sus padres le regalan una libreta como esta que tengo aquí –se la mostró-. Es tradición entre nosotros que, a partir de ese momento, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abra la libreta y anote en ella, a la izquierda, qué fue lo disfrutado y, a la derecha, cuánto tiempo duró. Así, cuando esa persona muere, sumamos el tiempo de lo disfrutado para escribirlo en una de estas piedras. Porque para nosotros, el único y verdadero tiempo es aquel en el que fuimos felices.

Paula que ya se había desprendido de sus lágrimas, entendió las palabras de su abuelo.

-Pero, ¿por qué me lo cuentas, abuelo?

-Quiero darte tu libreta. Dentro de varios días será tu cumpleaños, y prefiero que lo entiendas ahora que estamos aquí -le contestó con dulzura-. Me gustaría que apuntases tu nueva vida aquí. Porque el dolor hay que dejarlo atrás y mirar al presente. Debes madurar y dejar de llorar por la pérdida de papá y mamá.

Paula vaciló un momento, pero se sintió satisfecha por haber ido hasta ese lugar.

Mientras volvían, Paula iba pensando en aquella época en la que estaban todos juntos, riendo, jugando, incluso discutiendo.

-Abuelo, yo creo que el pasado no hay que olvidarlo, aunque hayamos tenido malas experiencias. También forma parte de nosotros, de nuestra vida -le confesó.

El abuelo no contestó, pero Paula se dió cuenta de que él pensaba lo mismo.