VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Los gamusinos colorados

Lola Botija, 17 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Cuando el sol se esconde tras el horizonte y las estrellas se despiertan perezosas, en el momento en que la oscuridad va engullendo la ciudad y las sombras salen para cubrirlo todo con su manto, y la luna comienza a velar los sueños, es entonces cuando aparecen los gamusinos colorados.

Sus gorros son puntiagudos y escarlata. Sus orejas afiladas se agudizan si algún humano se desvela durante el sueño. Tienen facciones infantiles, con una piel reluciente y suave, las mejillas regordetas y sonrosadas, un cuerpo diminuto y rechoncho y unas manos alargadas y hábiles. Pero no es oro todo lo que reluce: esas caras inocentes no reflejan sus traviesas almas. Cuales réplicas de Dorian Gray, sus rostros no se ven profanados por sus diabluras.

Corretean ágiles por las casas, jugueteando con los objetos y curioseando los cajones. Remueven los sueños, las ropas y los trastos y burlan a todo animal que se interpone en su camino. Esconden las cosas, echan polvo donde todo esta inmaculado y cambian las cosas de sitio. Chiquilladas que traen de cabeza a todo aquel por cuya casa pasan los gamusinos colorados.

Cuando despunta el alba y las sombras se agazapan, vuelven fugaces a sus escondites para reírse y regocijarse con la angustia y la desesperación de sus víctimas.

Pero no se asusten porque son inofensivos. Como chiquillos, son fácilmente dominables con un poco de azúcar. Sí, azucar... Asegúrese de poner cada noche en la puerta de su dormitorio un par de dulces para mantenerles entretenidos y verán que esas llaves furtivas o ese móvil escurridizo no vuelve a escaparse de su correspondiente lugar.