V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Luces de un sol naciente
María de los Reyes del Junco, 14 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

La anciana se fuma uno de sus pitillos de rutina. Levanta los ojos cansados hacia la estantería repleta de libros: todas y cada una de sus novelas. La primera, publicada a los dieciocho, fue un gran éxito entre los jóvenes. Luego llegaron inspiraciones más adultas y sus narraciones adquirieron mayor calidad y, por tanto, aún más éxito. Algunas fueron traducidas a más de trece idiomas y unas cuantas llegaron a lo más alto de las más prestigiosas listas de ventas. Las mejores, sin duda, fueron las últimas que había escrito; el tiempo le había hecho más sabia.

Suspira con añoranza. Su aliento exhala humo. El tabaco va a terminar con ella. Alcanza uno de tantos libros. “Luces de un sol naciente”, la novela que la catapultó directamente a la fama. La había plagiado de su mejor amigo. Se acuerda de Sebastián ¿Cuánto hace que no se hablan? ¿Treinta años? ¿Veinte?... Da igual. Se suele acuerda de él todos los días. Y, desgraciadamente, también se acuerda del mal le causó. Nunca debió haberlo hecho. Pobre Sebas... El bueno de Sebas...

Un viejo de ojos verdes coloca el último libro en el estante de la gran librería. Ya está, ha terminado de colocar todos los libros. Mira satisfecho su trabajo. Todos los nuevos encargos, ordenados alfabéticamente. No. Falta uno que reposa en la mesa. La cubierta reza: “La rosa azul. Una novela de Jimena Palacios”. Sacude la cabeza mientras su gesto muestra un dolor que, a estas alturas, debe de estar ya olvidado. Se sube las gafas con el índice. Nunca ha conseguido olvidar a Jimena. Jimena y su sonrisa. Jimena y su mirada. Jimena y sus relatos… Jimena y su cruel astucia. De no ser por Jimena, habría sido un escritor reconocido. A pesar de todo, él la seguía queriendo. Intentó odiarla con todas sus fuerzas, pero se dio cuenta de que no era cuestión de odiarla, sino de olvidarla. Nunca lo logró. Siempre la quiso, a pesar de que fue cruel, mentirosa y malvada. Mientras ella cosechaba éxitos con los escritos que él había elaborado, Sebas se consolaba pensando que, después de todo, aquellos textos pertenecían a ella, ya que Jimena había sido su única fuente de inspiración. Coloca con tristeza el volumen en el estante. El director de la biblioteca viene a echarlo. Es la hora del cierre.

Seis de la madrugada. Las estrellas brillan en el firmamento. Jimena mete en su maleta con prisa lo indispensable para su viaje. Un libro de poesías, los manuscritos de Sebas, unas cuantas fotos de Sebas en la playa, un ejemplar de “Luces de un sol naciente”, hojas a cuadros llenas de historias, cuadernos de colegio, dibujos… Es todo lo que necesita.

Se dirige a la estación. Un billete de ida hacia el puerto. Ningún billete de vuelta. ¿Dónde vive Sebas? No tiene idea. Pero está convencida de que le encontrará y reparará el daño. Sí. Lo va a conseguir. Durante el trayecto en tren, amanece. Las luces del sol naciente asoman, tímidas, entre montañas y valles. Al igual que el perdón. Su mayor error fue no haber resuelto de inmediato aquella canallada.