IX Edición

Curso 2012 - 2013

Alejandro Quintana

Luisito tenía razón

Lidia Carbonell, 16 años

                   Escuela Zalima (Córdoba)  

María no podía creérselo… Aquello tenía que ser una broma. ¿Qué iba a hacer con su vida? Sin padres, sin marido, sin aficiones y sin trabajo. No tenía futuro. Por lo menos, ella no lo veía. Todo le parecía oscuro, sin ningún tipo de felicidad.

Se dio la vuelta en la cama. No quería seguir pensando, pero no le quedaba otra, salvo que intentara engañarse: <<Oh, sí… Todo es perfecto>>. Pero al instante volvían aquellas imágenes a su cabeza.

No quería levantarse. Aún no. Intentaba evitar a toda costa el enfrentamiento con esa realidad que, antes o después, iba a llegar. Cerraba los ojos y apretaba los párpados con fuerza, como si al dormir fuera tan fácil olvidarlo todo. Pasaron los minutos, hasta que una llamada de teléfono provocó que definitivamente le fuera imposible conciliar el sueño.

Optó por tomar una ducha. Cogió la radio y la puso a un volumen muy alto para tapar la voz de su conciencia. Pusieron una canción de moda. María, al compás, tarareaba las estrofas mientras se aclaraba su cabello moreno. Después de desenredárselo y aplicarse la mascarilla, se fue a la cocina en busca de comida. De camino, pasó por el comedor. La imagen que observó le resultó enternecedora: su hijo, Luisito, pintaba en un cuaderno con concentración, tratando de representar fielmente los objetos de la realidad.

Luisito era la única persona por la que María vivía.

De repente, como si el niño hubiera visto un monstruo, abrió los ojos y en su cara se dibujó un rictus de dolor.

-¿Qué te ha pasado, mi vida? –le preguntó María.

-Me he salido con el rotulador y se me ha estropeado todo el dibujo.

-No te preocupes; ya verás cómo lo arreglaremos.

Luisito tomó una goma e intentó borrarlo.

-¿No ves, mamá? No se borra. ¡Esto nunca tendrá solución!

En apenas segundos, sin haberlo deseado, la madre relacionó el dibujo de su hijo con su propia vida. Ella había cometido un error en el pasado que ahora no podía borrar.

Luisito, después de mucho pensar, exclamó:

-¡Ya sé, mamá… Pintaremos encima!

María creyó que después de pintarlo con otros colores, el fallo en el dibujo seguiría viéndose, aunque con menos claridad. Efectivamente, al principio llevó razón. Aun así, no dijo nada para no hacerle daño a su hijo. Pero Luisito insistía e insistía.

María se fue a preparar la comida. Al rato llegó el pequeño con una sonrisa en la cara. La madre, al ver el dibujo, no puedo evitar unas lágrimas.

-Ha quedado mucho más chulo –Luisito estaba lleno de alegría-. La mezcla es especial… ¡Gracias, mami!

María comprendió, gracias al dibujo, que no podía borrar el pasado ni cambiarlo, pero sí mejorar su modo de actuar, aprender de sus errores y tener en cuenta las lecciones que le fuera ofreciendo la vida.

A veces nos empeñamos en seguir un camino, por más que no nos conduzca a conseguir nuestros propósitos. La goma de borrar, entonces, no es la mejor herramienta. En ocasiones descubrir otras alternativas, como Luisito, que confió en que su dibujo mejoraría al insistir con nuevos colores en vez de rendirse a la primera, porque lo que fue un mal garabato puede llegar a convertirse en una obra de arte.