VI Edición
Curso 2009 - 2010
Mi amigo ucraniano
Marta Cabañero, 16 años
Colegio Iale (Valencia)
Levanté más alto el cartel que rezaba su nombre. Yo era muy bajito, y encima estaba rodeado de adultos que esperaban inquietos en las puertas de la terminal.
Estiré de la falda de mi abuela, para llamar su atención.
-Abu, ¿lo ves? –pregunté ansioso.
-No, cariño, pero está viniendo hacia aquí un grupo de personas –se ajustó mejor las gafas-. ¡Ah sí! ¡Son los niños!
Me puse muy nervioso e intenté ponerme de puntillas para ver mejor. Al cabo de unos minutos, Shasha, el niño ucraniano con el que íbamos a compartir las navidades, se acercó a nosotros.
-Hola, yo soy Shasha –dijo con un fuerte acento.
Tardé unos segundos en reaccionar. Me llamó la atención su aspecto “regordete”. <<Los niños pobres..., ¿no se supone que deben estar delgados al no comer suficiente? ¡Qué curioso!>> pensé.
Al momento le dediqué mi mejor sonrisa y cogí su equipaje: una pequeña mochila. Nos dirigimos al coche mientras él lo miraba todo con los ojos muy abiertos, como si jamás hubiera visto una tienda y, mucho menos, un abeto de Navidad.
De camino, con la intención de mostrarle más cosas de nuestro mundo, saqué mi nueva game-boy del bolsillo.
-¿Quieres jugar? –le pregunté.
Él me miró sin comprender. Tras unos minutos enseñándole los juegos, sin éxito, desistí, pues él ni siquiera había intentado tocar la Nintendo.
Llegamos a casa y mi madre salió a recibirnos. Shasha empezó a olfatear todo, y nos sonrió. Yo le comprendí: ¡se trataba del puchero de mi madre, que olía a gloria!
Entramos en mi cuarto y nos cambiamos de ropa. Entonces descubrí el misterio: al mirarle de reojo, observé que Shasha no estaba tan rellenito: lo que pasaba es que llevaba todo el equipaje puesto. Se quitó tres suéteres, dos pantalones y cuatro pares de calcetines de encima. Se sacaba la ropa muy despacio, extremadamente despacio...
Me acerqué y lo comprendí: tenia las manos deformes, como si los dedos no le hubieran crecido lo suficiente. Mi madre ya me había dicho que podría ser que tuviera algún tipo de secuela debido a la radiactividad, pero pese a la advertencia, algo me oprimió el estómago.
Bajé las escaleras corriendo.
-¡Mamá! ¡Mamá! ¿Por qué Shasha tiene unos dedos tan extraños? ¿Y por qué tenía toda la ropa puesta y no llevaba equipaje?
-Pues, Daniel, porque viene de un lugar donde la gente es muy desgraciada: la mayoría de la población es pobre y los efectos del escape nuclear aún siguen apareciendo, a pesar de los años transcurridos desde el accidente que te conté.
Me quedé pensativo unos instantes.
-Mamá, creo que ya sé lo que quiero por Navidad: que le compres la maleta más grande que puedas a Shasha, que la llenes de ropa y zapatos, y que nos lleves a ver toda la ciudad muchas veces... ¡Quiero que recuerde estos días como las mejores Navidades de su vida!