VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Mi querido mar azul

Miguel Saceda, 15 años

                 Colegio Jesús María CEU (Alicante)  

Carlos se encontraba recostado en la cama, observando por la ventana del hospital pasar las nubes y el precipitado caer de las gotas de lluvia. Le preocupaba saber cómo había salido todo. El cirujano entró por la puerta con un rostro de preocupación que se lo dijo todo.

-Hola Carlos. ¿Cómo te encuentras?

-La verdad, me duele bastante. Espero que la operación haya servido para algo.

-En realidad, de eso quería hablarte. Tu cáncer se encuentra muy avanzado y no hemos podido limpiarlo con la cirujía.

Aquellas palabras le hicieron daño: se enfadó consigo mismo por haberse dejado llevar por una tonta esperanza.

-¿Cuánto me queda? Y, por favor, sé sincero.

-Dos meses a lo sumo. Lo siento.

El médico abandonó la habitación.

Carlos se despertó angustiado y encharcado en sudor. Aunque hacía ya un mes de aquella conversación, continuaba grabada en su mente. Como ya era de día, cogió su bastón, del cual ahora dependía, y se levantó a prepararse el desayuno. Sin embargo, se encontraba fatal y algo dentro de él le dijo que no pasaría de ese día. Por ello, dejó todo ordenado, como tenía planeado, llamó a un taxi y se marchó al lugar donde había decidido que quería abandonar este mundo.

Media hora después se encontraba en una cala olvidada, que antaño había sido un lugar bullicioso durante el verano. Sin darse cuenta, su mente se transportó a su infancia, cuando jugaba en esa misma arena con sus primos. Una palmera se erigía en un lateral y recordó que junto a su tronco había acampado cuando cumplió ocho años.

Aspiró el aroma del agua salada, cerró los ojos y en sueños volvió a encontrarse sentado en la orilla, conversando con su padre y observando el amanecer. De pronto, las cañas de pescar anunciaban que había pesca y, corriendo, se levantaban a recogerlas.

Cuando volvió a la realidad, decidió caminar hasta la orilla, donde los resquicios de una ola acariciaron sus piernas. ¡Que agradable era el tacto de esa espuma! En aquellas mareas había meditado cuando murieron sus padres y aparecieron dificultades en el trabajo.

Carlos ladeó la cabeza y vio a su tesoro, su barca. Un gasto estúpido según algunos, pero para él necesario. Con esa embarcación consiguió zambullirse en el océano para contarle sus secretos.

Haciendo un acopio de energías, desató la barca, la empujó al mar y se subió en ella. Una vez bogó mar adentro, observó su último anochecer y fue a contar su último secreto a sus queridas aguas azules.

Días después, una patrullera encontró una vieja barca flotando a la deriva, con una muleta abandonada en el centro y un manuscrito que dictaba:''Todo lo que empieza acaba. Al menos, mi final ha sido un final feliz''.