V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Mirando lejos

Nicolás Fernández Martínez, 14 años

                Colegio Mulhacén (Granada)  

Mientras el bigotudo hombre del tiempo anunciaba tormenta para el fin de semana, Lucas se concentraba en la revista “Ciencia Actual”. Se trataba de un mensual que le proporcionaban un vínculo con una de sus aficiones favoritas: la Biología.

Al toparse con un reportaje sobre la lavanda, una sonrisa burlona apareció bajo su puntiaguda nariz. El químico Mätijden aseguraba que la lavanda podía producir cambios hormonales en los niños. Lucas se preguntó si su teoría infantil sobre las florecillas moradas no fue una primicia mundial: tanta lavanda, tanto lirio, tanta violeta... ante las pobres narices infantiles que soportaban la agresión.

Su afanosa colección de “Ciencia Actual”, sin embargo, estaba descuidada tras su rotura de tobillo, que le otorgaba un tiempo que nunca había tenido para pintar y leer, porque su accidente lo había obligado a retirarse del balonmano profesional. Así, la pintura había pasado de ser un mero entretenimiento a convertirse en su oficio, que le reportaba lo suficiente para mantenerse. Lo que empezó como garabatos -antes de ser consciente de tener memoria-, se había transformado en un desfile de siluetas abatidas, marcadas con las sombras que proyectaba el carboncillo. Le gustaba pintar “pensadores” cabizbajos. Más tarde, su afición logró captar las camisetas de la vergüenza tras un mal partido, las rodillas y cabezas recogidas en el suelo o el cansancio. La mina de su lápiz parecía absorber ese momento de sus compañeros, con tal precisión que vendió sus cuadros antes de cumplir los veinticinco.

Luego todo pasó muy deprisa: la primera operación de tobillo y después otra, y otra más. Los últimos meses habían sido largos. Arrastró su escayola al estudio, no sin dificultad, dándose cuenta del giro que había experimentado su vida. Del estudio, una pequeña habitación de trastos, había hecho un lugar perfecto para pintar y para recoger sus nuevos golpes francos. Agradecía a Dios haber perfeccionado la técnica, pues la fuerza de su muñeca se notaba ahora en los lápices.

El hombre bigotudo se despedía para dar paso a una película clásica mientras Lucas se enfrentaba al caballete. Sabía que la gente prefería la pintura realista, pero estaba harto de representar una realidad tan aburrida. Decidió optar por trazos abstractos que cada uno pudiera interpretar libremente y, al terminar, se acostó con miedo de lastimar su magullado tobillo.

Antes de quedarse dormido, miró el reloj con parsimonia. En el reflejo del cristal vio treinta maravillosos años que lo invitaban a imaginar nuevas dimensiones. Sin cerrar los ojos, otra sonrisa se dibujó debajo de su afilada nariz: seguía pensando en las flores de lavanda y su aroma.