XIV Edición

Curso 2017 - 2018

Alejandro Quintana

Nervios 

Ximena Toledo, 15 años

                    Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa, Perú)  

Nunca había tenido tanto miedo. La habitación no estaba vacía, pero a pesar de ello se sentía sola. Tenía claro que esta vez nadie iba a ayudarla; ella sabía que había muchas cosas en juego, entre ellas su futuro.

A medida que el segundero del reloj avanzaba, llegaban más personas que llenaban los puestos restantes. Su cuerpo se fue pegando a la silla que ocupaba. Sentía las manos frías y torpes.

—Tranquila —murmuró para sí—. Todo está bien.

Se imaginó que las demás personas sufrían también sus propias odiseas internas. Un chico sentado delante de ella, movía frenéticamente una pierna, mientras otra muchacha, más atrás, no dejaba de acomodar y reacomodar un mechón de pelo suelto detrás de las orejas y, al costado de la muchacha, un joven se concentraba en ralentizar su respiración y otro más luchaba por mantener limpia su frente de sudor.

Desde hacía tiempo que se había estado imaginando aquel momento. A veces era un reconfortante sueño que le daba la confianza que necesitaba. Sin embargo otras —en realidad la mayoría— se convertía en una pesadilla con la que se despertaba antes de la salida del sol. Pero por fin había llegado el día que le quitó noches de sueño y agotó todos sus nervios.

El reloj acababa de marcar las diecisiete horas.

Al poco rato, junto al sonido de la sirena llegaron a su fin los momentos de vacilación. Un hombre de traje, cargado con una pila de papeles desordenados en lo que en un inicio debieron ser clasificados archivadores, abrió la puerta. De pronto se interrumpió cualquier arriesgado susurro o cualquier ansioso tamborileo. El hombre colocó la enorme pila de separatas sobre una mesa, en la parte delantera de la habitación, y con apacibles movimientos comenzó a repartirlas a cada uno de los allí congregados.

Mientras seguía con la mirada a aquel sujeto, aprovechó los últimos segundos que le quedaban para eliminar los últimos nervios que la tenían dominada. Era consciente de que estaba por alcanzar su más grande sueño, el anhelo que siempre tuvo, aquello por lo que había sacrificado tanto… Había llegado el momento de darlo todo.

El hombre del traje terminó de repartir y, sin más, anunció:

—Bien, jóvenes… Este es el inicio del resto de sus vidas. Recuerden dónde están y hacia dónde se dirigen —hizo una pausa—. Pueden empezar el examen.

Antes de darles la espalda, agregó con una sonrisilla:

—¡Bienvenidos a la universidad!