II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

¡No abras los ojos, pequeña!

Katherine Sánchez, 17 años

                  Escuela Pineda (Barcelona)  

    Era invierno, nada nuevo en su ciudad. Las calles estaban completamente cubiertas por una nieve casi indomable hasta más allá de donde la vista alcanza.

    Dormía sin querer escuchar que el despertador estaba sonando desde hacía diez minutos. No quería despertar. Tal vez estaba atrapada por un dulce sueño. Sea como fuere, no abrió los ojos ni siquiera cuando su madre subió la persiana para dejar pasar los primeros rayos del sol. Unos golpecitos en su espalda sólo consiguieron que cerrase más los ojos. ¿Qué ocurría? ¡No quiere ir a la escuela!. Vaya..., si no tiene escuela. Entonces, ¿para qué debe despertarse esta pequeña?

    Vestida y en el comedor, mucho después de la hora prevista, la niña de los dulces ojos miel lloraba por dentro. Dos hombres corpulentos llamaban a la helada puerta y la mujer de gris les abrió. Les saludó como si se hubiesen visto hacía cinco minutos.

    La niña se negaba a marcharse con ellos. Contra su voluntad, la sacaron de aquel calabozo para llevársela a otro, del que no podría salir hasta que sus cabellos se tornasen blancos y la vista le fallase.

    En aquel lugar de paredes rojas, más niñas y otras jóvenes rondaban por el salón principal. Las más pequeñas parecían temerosas y las mayores tenían un semblante tan sereno como una tarde de primavera. En otro salón se encontraban unos hombres con rostros de impaciencia. A simple vista, no pertenecían a aquella ciudad gélida. Tres chicas entraron y se cerró la puerta como por arte de magia.

    Nadie nunca supo lo que pasaba dentro. Sólo me atrevería a decir, desde sus preciosos ojos de miel, que los sueños no pueden realizarse si se priva a un inocente de su propia vida.

    Aunque joven, ya no volverá a ser despertada, pues el dolor y la crueldad de aquellas paredes rojas, en las cuales se le fue arrebatada su inocencia, le hicieron cerrar aún más los ojos, apretarlos tanto que ya nunca más los volverá abrir.