XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

¡No va más! 

Paloma Peñarrubia, 17 años 

Colegio Senara (Madrid) 

Necesitaba mucho dinero, pero su patrimonio era solo de treinta rublos.

Andréi, que era su mejor amigo desde que se criaron en un campo de cerezos en una aldea del occidente ruso, entró en la habitación. Juntos habían estudiado en la escuela y juntos viajaron a Moscú para continuar su formación. Lo que no sabía Andréi era que, antes de marcharse, su amigo le había pedido a su hermana Olenka que se casara con él. Alexéi le dio su palabra a Olenka de que no le haría partícipe de la noticia a su hermano mientras estuviesen lejos, para que pudieran hacerlo juntos a su regreso. Les esperaba un porvenir brillante, pero los cañonazos del Aurora truncaron sus sueños. 

Andréi se sentó frente a Alexéi. 

–Salud, Alexéi. Siento decirte que no traigo el dinero. 

–Entonces, ¿rechazas mi oferta?

–No –. Una sombra de tristeza quebró su voz–. Iba a hacerlo, pero ya no tengo por qué. 

–¿Ha pasado algo?

–Sabes que no quise huir contigo, porque matarían a mi familia. Pero ya no tengo por qué temerlo.

Alexei se alarmó ante el esfuerzo con el que Andréi trataba de contener las lágrimas. 

–Por favor, cuéntamelo. 

–Volví al pueblo, a mi casa. La habían saqueado y de la puerta colgaron una pancarta que decía: <<¡Muerte a los kulaks!>>, lo que era de agradecer, porque tapaba los muros salpicados de sangre. Tuve que marcharme, no me fuera a reconocer alguno de nuestros antiguos jornaleros. Pero decidí quedarme para buscar al cochon que dio el aviso, un tal Vallin, al que mi padre pilló robando y que, por eso, tuvo que huir a la ciudad. Pero era como buscar una aguja en un pajar.

Alexéi se tambaleó ligeramente en su silla antes de empezar a recobrar el color. No podía darle el pésame a su amigo sin traicionarse; sin traicionar a Olenka. 

–Lo importante es que puedes venir conmigo. Sacaré los billetes para el primer tren de mañana.

–A duras penas puedes pagar el tuyo y yo no puedo costeármelo. Así que debes ir tú solo. 

–¡Eso, nunca! O los dos, o ninguno. Mañana tendré el dinero.

–¿Y cómo lo obtendrás? Mil rublos es demasiado dinero.

–Los tendré… ¿Tienes hora? Da igual, estoy viendo un reloj ¬–. Un viejo reloj de mesa que daba las horas sobre una alacena–. Son las ocho… Nos vemos dentro de doce horas en la estación.

Fue a levantarse cuando Andréi le detuvo.

–Aliosha, ten cuidado. 

–No te preocupes por mí.

–No sé lo que vas a hacer, pero te aseguro que, pase lo que pase, no voy a salir de nuestra querida Patria, aunque intenten destruirla.

Estas palabras conmovieron a Andréi. 

–Hasta mañana a las ocho, Andriushka.

Dirigió sus pasos a un casino. Se suponía que estaban prohibidos, pero para los ludópatas el riesgo añadido era otro motivo de adicción. Se acercó a la ruleta.

–Dos rublos al rojo.

–¡No va más! –dijo el crupier–. Diecisiete, impar y negro.

–Cuatro al rojo.

–¡No va más! Veinte, par y negro.

–Ocho al rojo.

–¡No va más! Once, impar y negro.

Dos más cuatro más ocho, catorce. Debía poner sobre la mesa dieciséis, si no quería perder. Catorce y dieciséis, treinta... Al fin y al cabo, para mil, treinta es igual que cero, pensó Aliosha.

–Señor, si va a apostar, por favor, hágalo ya... Gracias. ¡No va más! Doce, par y rojo.

Respiró tranquilo. Pensó en sus ganancias. Treinta y dos, menos treinta… ¡Dos rublos! En ese momento, percibió una voz chillona. 

–No, Rodia, al cero, no. ¡Date cuenta de que no ha salido en toda la noche!

–Perdón, ¿puede repetir lo que ha dicho?

–Es que el cero no tiene su noche. No sale. Lleva toda la jornada sin salir.

–Dos al cero. 

–No va más... ¡Cero! –anunció el crupier.

Tenía cien rublos, así que siguió la misma táctica. Al llegar a quinientos, el atónito crupier avisó:

–¡Ha saltado la banca!

Llegó el director del casino con la cara lívida de furia. Al verle, se le suavizó el semblante (Alexei no tenía pinta de ladino estafador), forjó una media sonrisa y dijo:

–Nuestro joven amigo casi me ha arruinado. Es de caballeros que me conceda el desquite. Hagamos una apuesta: tres partidas de póquer a doble o nada. Es decir, a mil rublos.

Aliosha había jugado al póquer con Andréi en las noches blancas, un fenómeno boreal de aquellas latitudes por el que una parte del año pasa completamente a obscuras y con un sol perpetuo la otra. Aliosha había ideado una serie de cálculo de probabilidades que le hacía casi invencible con los naipes. Recordó las reglas: el all in, las apuestas, el ¿va usted o no va? y las jugadas: carta alta, pareja, doble pareja, trío, color, escalera… No, al revés: escalera, color… full, póquer, repóquer –jugando con comodines–, escalera de color y escalera real.

–Acepto.

–Tenga la bondad de acompañarme.

Le condujo al piso de arriba. Lo único bonito del despacho era un espejo, llamativo por su minúsculo tamaño. Tras tomar asiento alrededor de una mesa, el dueño barajó y repartió. Debía estar muy confiado, pues Alexéi ganó sin dificultad.

–Es usted un gran jugador.

–Gracias; es cuestión de estrategia.

En ese momento entró uno de los mayordomos de aquel hombrecillo enjuto.

–Señor Vallin, ¿desea algo de beber?

Aquel nombre encendió el corazón de Aliosha a la vez que se caldeó el tono de su cara y se le nubló la mente, de tal modo que no pudo ganar la segunda ronda. Al recuperar la claridad mental, se dominó para no estrangularlo. Si quería hacer algo por Olenka, primero debía salvar a su hermano. 

–Ehm… –Vallin vio sus naipes: rey de picas, dama de picas, paje de picas, diez de picas, tres de picas–. ¿Quiere cartas?

–Pues… –. As de tréboles, dos de tréboles, tres de diamantes, cuatro de tréboles, cinco de tréboles. Podía conseguir escalera de color o, al menos, color, pero las probabilidades jugaban en contra de esas dos opciones –. No, gracias. Estoy servido.

–¿Servido? –se preguntó, desconcertado–. Yo cogeré una... –dijo, dejando el tres de picas sobre la mesa. La suerte quiso poner en su lugar al rey de corazones. Una pareja– Hable.

–Escalera al cinco.

Vallin, tras unos segundos de perplejidad, se levantó y fue hacia un escritorio, del que sacó un revólver con el que apuntó a Alexei, que con frialdad le indicó el ángulo con el que debía dispararle para darle en el corazón.

–Me parece sensato que, si ha llegado mi hora, desee sufrir lo menos posible.

–Cómo no. Ha sido un placer jugar con usted.

Vallin se inclinó exactamente setenta y dos grados, apretó el gatillo y la bala rebotó en el marco de la ventana. Se oyó el estruendo de los cristales rotos y vio al tipejo caer, fulminado, al suelo. 

<<Lo siento por el espejo>>, pensó. 

***

Cuando, años después, Aliosha o Alndréi narraban aquel episodio, siempre terminaban con las mismas palabras:

–Espero que la escucha de esta aventura les haya servido para que nunca vuelvan a pensar, cuando les hablen de Matemáticas y Geometría que estas no sirven para nada.