II Edición
Curso 2005 - 2006
Para siempre
Rosa García Macías, 15 años
Colegio Alcazarén, Valladolid
Éramos unas dulces niñas que utilizaban mil juegos para divertirse. La imaginación era nuestra mejor arma: un día podíamos ser princesas de un enorme castillo encantado y otro, dos amigas que al decir “por siempre y para siempre” adquirían los poderes necesarios para salvar al mundo.
Íbamos juntas al colegio y, aunque estábamos en clases diferentes, deseábamos con todas nuestras fuerzas que llegase la hora del recreo para volver a vernos y desarrollar una nueva historia.
En el pueblo, el día que alguien no nos veía juntas ya se imaginaba una desgracia.
-¿Dónde está Isabel, María? ¿Por qué no va contigo? ¿Es que la ha pasado algo?
-Que no Lupe, que hoy tenía que ir al médico.
Poco a poco fuimos haciéndonos mayores, comenzamos a cambiar las muñecas por el maquillaje y nuestras historias fueron sustituidas por conversaciones sobre chicos. Sin darnos cuenta, fuimos separándonos.
Un día por la mañana, mientras yo esperaba en el mismo sitio de siempre a que ella llegase para ir al colegio juntas, la vi marcharse con otro grupo de amigas. ¡Era el colmo! Me juré que aquella chica nunca volvería a ser amiga mía, que era el fin de nuestra amistad.
Pasaron dos años. Cumplí diecisiete. Nada en la vida me iba mal, pues era bastante mona y no tenía problemas para acercarme a los chicos. Los estudios no me daban problemas y había forjado mi propio grupo de amigas, aunque nunca agradaron a mi madre.
Mentiría si dijese que nunca me acordé de Isabel. Si al principio era constante el deseo de llamarla para recibir una explicación, ese deseo fue consumiéndose poco a poco.
Era verano y comenzaban las fiestas del pueblo. Era el primer año que me dejarían llegar a casa sin hora fija. Estaba emocionada. Nunca pensé que pudiera estropearse esa noche.
Después de cenar, salí de casa repitiendo mil promesas a mi madre de que no bebería ni iría por ningún camino sola, ya que corría riesgo de enfrentarme cara a cara con el temible hombre del saco (llegado a este punto, mi madre me dio un beso en la mejilla y me dijo, simplemente, que tuviera cuidado).
Bajé las escaleras muy rápido y me encaminé hacia el lugar donde había quedado con unos amigos. Pasé por la plaza y vi a Isabel bailando en la verbena con sus amigas.
-¡Vaya forma de divertirse! Parecen crías. Si supiera lo que vamos a hacer nosotros esta noche… ¡Eso sí que será diversión!
Me di cuenta de que el lugar donde había quedado con mi pandilla estaba muy lejos de la verbena. Apenas había farolas que me indicaran el camino. Todos los del pueblo celebraban la fiesta en la plaza. Las calles que yo transitaba estaban vacías.
Por fin llegué y vi a mis amigos. Nos saludamos y empezamos a beber.
-Ya soy suficientemente mayor para hacer lo que me venga en gana.
Bebí más de la cuenta, pero aún así todavía lograba dominarme. Javi se acercó a mí y me ofreció una pastilla.
-Prueba y confía en mí. Sabes que eres mi niña; nunca te daría algo que pudiera hacerte daño.
Tras aquella mentira tapada con falso cariño, acepté la pastilla.
***
o sé cuánto tiempo permanecí en el suelo. Al despertar me encontraba en el hospital. A mi lado estaban mis padres e Isabel. Comencé a preguntarme por el por qué de mi actitud, si de ella no obtenía nada más que lo que veía: una familia preocupada y una gran mentira, que me alejaba de ellos. Me decepcioné: aquel que me dio la pastilla no era amigo mío. ¿Dónde estaba Javi? Ni Javi ni ninguno de los chicos de mi grupo se había preocupado por mí, ni siquiera por saber si estaba viva.
Una mezcla de arrepentimiento y de vergüenza se apoderó de mí. Comencé a llorar, pero me daba cuenta de que volvía a ser fuerte, pues Isabel estaba junto a mí, a pesar de todo.
***
Cuando salí del hospital tuve tiempo de hablar de aquella noche nefasta. Supe que Isabel me levantó del suelo y me llevó a casa. Nunca se me olvidará lo que Isabel me demostró con su acción y, mucho menos, lo que me dijo cuando calmé mis lágrimas en el hospital:
-“Por siempre y para siempre”. ¿Recuerdas?