IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Promesas de sangre

Leticia González Franco, 14 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

<<Tic-tac… tic-tac…>>- sonaba el reloj mientras mecía suavemente su péndulo.

Me limité a levantar la cabeza y mirarlo. Hubiera jurado que pasó una hora desde la última vez que lo miré, pero tan solo habían pasado tres minutos.

-<<…tic-tac…tic-tac…>>-siguió sonando.

Estaba seguro de que habían pasado más de veinte minutos, pero habían transcurrido quince segundos.

-<<…tic-tac…tic-tac…>>

Quién sabe qué espantoso destino me esperaba en aquella jaula, condenado por algo que nunca hice.

-Eres “inocente”, como todos los que estamos aquí, ¿no? –se rieron algunos de los presos.

Miré de nuevo el reloj y llegó el guarda.

-En marcha –me ordenó con brusquedad-. Te están esperando.

Me levanté, alejándome de mi única distracción y temiendo por el cumplimiento de mi sentencia. Anduve por los pasillos esposado al guarda, recordando la razón por la que estaba allí…, mi chica. Me encantaba juguetear con su pelo y abrazarla y ver una sonrisa en su cara.

El guarda se detuvo frente una puerta y me esposó a una columna. Después entró en una habitación. Había gente que me miraba fijamente.

-Es el chico joven va a ser ejecutado –murmuraban.

Recordé aquel día en el que paseaba por la calle de camino a casa de mi novia. Entonces recibí un mensaje en el teléfono móvil:

<<Quedamos otro día. No me encuentro muy bien>>

La llamé para ver qué le sucedía, pero no contestó a mi llamada. Entonces decidí ir a su casa y llevarle un ramo de flores. Pero al llegar, el pánico me invadió. Abrí la puerta con la llave que ella siempre dejaba bajo el felpudo y me encontré con todo en silencio y oscuridad.

<<Tranquilo, debe de estar acostada>>, intenté sosegarme, <<seguro que está dormida>>

Pero no se encontraba en su habitación y la cama no estaba deshecha.

Oí ruidos en el baño, como de agua saliendo a presión de un grifo. Provenía del baño.

<<Seguro que se está duchando>>.

Llamé a la puerta, pero no me contestó.

-Cielo, ¿estás ahí?

Angustiado y temiéndome lo peor, derribé la puerta y…

-Vamos, chico –el guarda interrumpió mis pensamientos-, sigamos con nuestro paseo.

Me encontré frente a lo más doloroso que nunca pude imaginar. Algo que me marcó para siempre. Estaba en la bañera, desangrada. ¿Se había suicidado? ¿Cómo pudo hacer algo así? No, ella nunca lo haría. La habían asesinado. Había somníferos en el suelo: no pudo tomárselos primero y después suicidarse ni viceversa, no tuvo tiempo. Además la ventana estaba abierta. Pero, ¿quién pudo...? Yo lo sabía, tenía que ser él. Había recibido algunas amenazas de su anterior novio. Lo malo iba a ser probarlo.

Cuando llegó la policía, me esposaron.

-Queda arrestado acusado por homicidio.

-Esto es un error. Yo no he hecho nada. Ella es mi novia, la mujer que más quiero.

-Tiene derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga ahora puede usarse en su contra durante el juicio. Si no tiene abogado, se le asignará uno de oficio. Suba al coche.

Prometí que encontraría al culpable y no pararía hasta que lo encerrasen.

-Venga chico- volvió a gruñir el agente-. Entra ahí; te están esperando.

Mi terrible destino llegó al fin. Debía asumir como un hombre la condena, fuera cual fuera.

-Se abre la sesión. Caso 4235, preso nº 1272. Acérquese al estrado -tartamudeó un anciano juez-. Está acusado de homicidio. ¿Cómo se declara?

-Inocente -repliqué con firmeza.

-Según tengo entendido, su pena era de muerte.

-Perdone señor... ¿“Era”?

-Ahá –afirmó.

-¿Acaso me han cambiado la pena?

-No –me corrigió-, se la hemos suprimido. Encontramos al culpable, que fue también novio de la víctima antes que usted. Ya puede abandonar la prisión. Es usted un hombre libre. Caso cerrado.

Tan pronto como dejé el centro penitenciario me dirigí al cementerio.

-Mi vida –me confesé frente a la tumba de mi amada-, he cumplido mi promesa: tu asesino no quedó impune. Pero no dejaré que algo así vuelva a sucederle a nadie. Me esforzaré para terminar mis estudios. Voy a ser detective, te lo prometo.

Y con un pequeño cortauñas se hizo una herida en el dedo índice con el que mojó la lápida.