IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Recuerdos

Alicia Martínez Gallardo, 16 años

                  Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

No había manera de concentrarme. En mi casa no reinaba la paz. Con tres hermanos pequeños, ya se sabe, y yo intentaba escribir. Tenía la idea, pero no fluía hasta llegar a mi mano para comenzar a escribir. Así que tomé una decisión: Salir a que me diese un rato el aire, libreta en mano, a ver si encontraba algo que hiciese que mi inspiración volviera.

Y así lo hice. Me dirigí a un parque cercano a mi casa y tras buscar desesperadamente un banco y no hallarlo, me tumbé en la hierba mientras el sol bañaba mi cara. Estaba tan a gusto que podía hasta haberme quedado dormida. Pero recordé que había ido allí para escribir y no para echarme una siesta. Me incorporé y me puse a observar. El parque estaba abarrotado de matrimonios paseando a sus pequeños, niños echando carreras, alguna que otra pareja acurrucada en un rincón, gente que utilizaba el parque para acortar el camino hacia su destino y varias personas descansando bajo la sombra de un árbol.

Me fijé en una pareja que estaba sentada en uno de los bancos. Hablaban tranquilamente, como si no pasase el tiempo. Ella llevaba su cabellera blanca en un bonito recogido y desmigaba un poco de pan. Él, mientras la escuchaba sonriente y atento, llamaba a las palomas chasqueando los dedos, como queriendo avisarlas de que iban a darles de comer. Se veía a la legua que llevaban toda la vida juntos. Esas miradas, esa compenetración. Y ahora estaban envejeciendo, juntos.

Rápidamente me arrancaron una sonrisa. Me recordaban a mis abuelos. Comencé a recordar la calidez de sus abrazos, la sobreprotección de mi abuelo, los caprichos que consentía mi abuela por encima de su hija, al cuál a veces hasta le regañaba. Yo, con ellos, era hija única, la única nieta que le había dado su única hija, y cómo no, la reina de la casa.

Pero me abandonaron, mi abuelo primero, del que recuerdo menos cosas, y justo antes de que conociese a su tercer nieto, mi abuela.

Poco a poco me comenzó a invadir un sentimiento, una mezcla entre nostalgia por lo mucho que los echo de menos, tristeza porque ya no están conmigo, alegría por recordar los buenos momentos…

Contemplaba cómo la mujer le iba dando pequeños trozos de pan a su marido, que le cedía a ella el turno de entregarle pan al numeroso bando de palomas. No se les borraba la sonrisa de la cara. Controlé el impulso de preguntarles cuánto llevaban juntos o si disfrutaban con sus nietos, cosas que me habría encantado preguntarles a mis abuelos en vida.

Fue pasando el tiempo mientras recordaba, mirándolos, como siguieron enamorados hasta el final como el primer día.

Me levanté del césped, se hacía tarde, y contemplé por última vez aquella estampa.