IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Renombrado artista, hombre fracasado

Meritxell Iglesias

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Se miró las manos. Eran las mismas de siempre: sucias, sarmentosas, sus amigas inseparables, sus dos poetisas. Las alzó a la altura de los ojos y sonrió. ¿Qué habría hecho sin ellas? De pronto se estremeció, la misma sensación de cada noche volvía apoderarse de su alma. Aquella tarde, el Sena emanaba destellos dorados y fluía mansamente entre las apacibles calles de París. Sus dedos se entrelazaron instintivamente y volvió la mirada al bolsillo donde guardaba los pinceles. No había ninguno. ¡Qué tonto! Ya no estaba en su taller, no tenía su bata blanca ni su paleta en la mano. “Soy un obseso”, pensó. Rió para sus adentros pero volvió a entristecerse. Ese era un gran paisaje para pintar. Él era bueno, muy bueno, uno de los mejores pintores de París. Lo sabía y no le importaba reconocerlo. “Gran bribón”, le decía su padre, “cuántos darían todo cuánto poseen con tal de estar en tu lugar. Muchos se dejarían la piel para ganar esas cantidades bárbaras de dinero en los trabajos más humillantes. Sin embargo, tú lo ganas disfrutando de tu más grande placer, la pintura”. Luego bajaba la mirada y le susurraba: “Estoy orgullosos de ti, hijo. Estoy seguro de que eres un hombre feliz”. Mentira. Jacques sabía que su padre mentía, aunque también sabía que no era consciente de ello, ni su padre ni nadie. Sólo él conocía que era un hombre amargado.

Se levantó del banco y observó el esqueleto extraño que se construía en el seno de su querida ciudad. “La torre de ese tal Eiffel”, pensó, “¡menuda bobada!”. Él tenía una concepción muy distinta de lo que era el arte, pero a la gente le gustaba. Pero había algo que importaba mucho más y estaba escondido en su subconsciente, algo que deseó olvidar hace mucho tiempo. Entonces se observó detenidamente en el reflejo de un estanque. Se presentó a su propia imagen: “Soy Jacques de Gassart, renombrado artista, hombre fracasado”.

Subió Champs Elysées y se detuvo, anonadado. Ella estaba allí. Paseaba distraída y con la mirada perdida. Jacques deseaba echar a correr hacia ella, pero sus piernas no respondían. La sangre se le heló y un extraño estado de embriaguez se apoderó de su ser. La joven se percató de la presencia del artista.

-Hola Jacques.

-Claire, yo… -respondió tembloroso.

-No digas nada. Ya me marchaba.

-No, no me refería a eso. Solo quería decirte que siento todo lo ocurrido y…

-Jacques, yo te comprendo. En el pequeño corazón del hombre no puede haber sitio para todo. Debes priorizar el espacio, lo sé. Te hecho mucho de menos, pero ahora me he dado cuenta de lo que te hace realmente feliz y no voy a sustituirlo. Sé que tu pintura me ha vencido y que no me podrías querer tanto como la quieres a ella. No importa. Fui una estúpida, pero no te preocupes. Supongo que los artistas sois así, nunca debí enamorarme. Te echaré de menos Jacques, pero no te culpo.

Cuando Claire se marchó, el joven pintor arrancó a llorar. “No, Claire, no podré ser feliz sin ti... Fui un estúpido al dejarte de lado y abandonarte para dedicarle más tiempo a la pintura. Mi oficio me da de comer, pero tú me haces feliz. Mi dulce Claire, si pudiera empezar de nuevo, si pudiera pedirte que te casaras conmigo, si pudiera…” Pero su orgullosa alma de artista no le dejaba volverse a su amada, correr y echarse a sus pies y pedirle perdón. ¿Qué pensarían de él? ¿Qué pensarían del gran pintor Jacques de Gassart si se retrataba de esa manera ante una joven sin prestigio?

Caminó pesadamente hacia su lujoso apartamento. Él no era un hombre feliz. Entonces se observó detenidamente en el reflejo de un estanque y se presentó a su imagen: “Hola, soy Jacques de Gassart, renombrado artista, hombre fracasado”.