IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Sabiduría egipcia

Mariola Borrell, 17 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

El pasado verano estuve en Egipto con mi familia. Fuimos diez días. Cuando nos cansamos de visitar las pirámides y de recorrer las salas de los museos, mi padre alquiló una furgoneta y puso rumbo a Al Kürsnish, un pueblecito que elegimos casi al azar, allí donde nuestro dedo cayó sobre el mapa de carreteras. En principio, teníamos previsto pasar el día allí para regresar por la tarde al hotel de El Cairo, pero las cosas en el desierto nunca salen como planeas.

Nuestra primera reacción cuando mis padres nos propusieron el plan fue negativa, sobretodo por parte de mis hermanas, que querían disfrutar de una jornada de piscina en el hotel, y de mi hermano pequeño, harto ya de tanto turismo cultural. Pero al final se salieron con la suya y todos partimos hacia Al Kürnish.

Paseamos por el centro del pueblo, un dédalo de callejuelas estrechas de sucia apariencia, pero a la vez misteriosa. Nos hicimos fotos junto a unas esculturas con cara de monstruo que presidían la plaza principal, paseamos por el mercado..., pero pronto decidimos sentarnos a comer.

Mientras nos traían la carta, mi hermana Julia y yo aprovechamos para dar una última vuelta. Pasamos por delante del taller de un alfarero. Desde afuera admiramos cómo modelaba la arcilla hasta dar forma a un plato en el que grabó toda suerte de jeroglíficos. Me encantan ese tipo de símbolos, ese lenguaje de otros tiempos.

Sumida en mis pensamientos, me sorprendió un saludo en español detrás de mí. Me volví, intrigada. Una anciana estaba sentada en el banco del portal de la casa de enfrente. Le devolvimos el saludo y ella, con gestos, nos invitó a entrar en su casa. Al principio, desconfiamos, pero su sonrisa era irresistible. Mientras nos acercábamos, nos explicó quién era y de dónde procedía, ¡y todo en nuestro idioma! Era sabia (algo poco común entre las mujeres mayores egipcias), ya que dominaba más de seis lenguas y entendía tres más. Tenía conocimientos de historia, geografía y astrología.

Nos acomodamos alrededor de una mesa. Su casa tenía una sola habitación y el único mobiliario del que disponía era una cama con una sábana de lino blanco muy limpia, la mesa, un banco y una vitrina repleta de libros.

-¿Vive usted aquí? –le pregunté, a pesar de la obviedad.

Recibí un codazo de mi hermana, pero la mujer afirmó amablemente con la cabeza.

-¿Dónde están sus muebles? –continué el interrogatorio.

Otro codazo de mi hermana.

Misteriosa, la anciana contestó:

-¿Y los tuyos?

-¿Los míos? –me sorprendí- Yo solo estoy de paso.

-Yo también... En el mundo solamente estamos de paso, aunque muchos vivan como si fueran a quedarse para siempre. Se olvidan de ser felices.

Nos quedamos pasmadas ante su respuesta. ¡Tenía toda la razón!

-Hacedme caso, jóvenes, sed felices hoy, ahora. No esperéis a mañana... Bueno, ¿queréis unas galletitas?

Julia y yo nos miramos de reojo.

-Creo que debemos irnos Nuestros padres nos están esperando.

Volvimos al restaurante convencidas de que había valido la pena el viaje hasta aquel pueblo. Aquella egipcia nos dio una lección que recordaremos toda la vida.