II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Sueños Lapislázuli

Teresa Benavente, 16 años

                 Colegio Vilavella (Valencia)  

    Amanece en Lapislázuli. Los rayos de sol cruzan la estancia hacia la cara de Lucía, despertándola. Ella sonríe, feliz. Ya es la princesa Casilda. Todo está tal cual lo dejó: las flores que hace años pintó, han crecido varios centímetros. Los vestidos se alinean en el armario ordenadamente. Todo va despertando a su paso, dándole la bienvenida

¡Hacía tanto tiempo que no venía! Y tiene todo un día para recordar viejos sueños. Sin demora se pone manos a la obra. ¿Qué hará ese día? ¿Cantará con las ninfas del estanque dorado? ¿Bailará con las ardillas del bosque? ¿Visitará a las hadas en sus palacios de flores? Sin pensárselo dos veces, opta por la última opción. Irá a almorzar con Azucena y después jugarán con la brisa, el viento y el sol. Realmente suena apetecible y a la princesita Casilda le parece que la ocasión es lo suficientemente especial como para ponerse el traje de sus sueños: un traje color anochecer con un estampado de miles de puntitos relucientes, millones de estrellas que cosió a la tela a la par que iba contándolas, aquella noche en la que no podía dormir. Como detalle final, se recoge el pelo con una diadema hecha de un rayo de sol.

Así ataviada, aparece ante la asombrosa puerta de palacio. Un gran foso rodea el parterre, perfectamente cuidado por los jardineros reales: los topos. Para cruzarlo, Casilda ha de montar en una divertida abeja que la deja en una de las más altas orquídeas. Allí Azucena, sorprendida de su lento retorno a Lapislázuli, le cuenta las últimas novedades: se comenta que el príncipe azul ha vuelto por la vía láctea desde muy lejos, en busca de una lapislazulina bien parecida. Ahora Casilda entiende el porqué del constante ir y venir de las brillantes mariposas que confeccionan los mágicos vestidos de las hadas.

Al oír el nombre del príncipe, el corazón le da un vuelco y, tras ofrecer a Azucena excusas baratas, se marcha sin hacer ruido. Sin un claro rumbo a seguir, sus pies le conducen hacia los lagos refulgentes de las ninfas, pero ni sus famosos cánticos son capaces de levantar la moral de la princesita Casilda. En Lapislázuli no existe la tristeza y por eso les cuesta florecer a las lágrimas tanto trabajo.

En cuanto las lágrimas le humedecen el vestido, Lucía agita la cabeza. Ni en sus más alejadas fantasías ha podido olvidar la muerte de Santiago, en aquella funesta carretera de la playa. Habían pasado todo el día juntos, aquel día tan esperado en el que por fin se habían atrevido a hablar.

Y ahora la congoja la tenía fuertemente atrapada y no la soltaba. Quizás estaría más serena si supiera que otro príncipe azul, ahora mismo, la está mirando desde el otro lado del parque. Este desconocido se ha dado cuenta de cómo llora la dama y no lo soporta. Él, futuro héroe de los sueños de Lucía, le enseñará a no aislarse en sus fantasías cuando esté triste. Le enseñará que, aunque no esté Santiago, él puede hacerla feliz y vivirán felices por siempre jamás.

Lucía deja de llorar, sorprendida al ver a un chico desconocido que se acerca con zancadas decididas mientras le sonríe. ¿Quién será?