XVII Edición

Curso 2020 - 2021

Alejandro Quintana

Sueños y miedos 

Ainhoa Martínez Estrada, 16 años 

Colegio IALE (Valencia) 

Tengo la fortuna de haber conseguido fuerza y carácter gracias a todo lo que pasé. Aunque no la calificaría horrible, tuve una infancia dura, pero a través de todo ese sufrimiento me convertí en quien hoy soy. Durante el horario escolar era una niña feliz a la que le gustaba el colegio, en donde tenía muchos amigos. Sin embargo, a medida que acababan las clases me iba poniendo tensa y el miedo terminaba por apoderarse de mí. El motivo era que por la tarde me esperaba el conservatorio de música y danza.

Cada día le suplicaba a mi madre, entre lágrimas, que no me llevara a aquel lugar. Allí sufría todo tipo de burlas y humillaciones por parte de algunos alumnos, que me rechazaban a causa del color de mi piel. También me decían que mi madre había pagado de más para que me concedieran la plaza y que mi colegio era un centro que regalaba los aprobados. Ir al conservatorio se me hacía cuesta arriba, como si cargara a la espalda una mochila llena de piedras.

Aquel maltrato me impedía aprender. Los profesores de música y danza se preguntaban por qué yo no avanzaba. Trataban de buscar una explicación, sin tener en cuenta las humillaciones. Incluso llegaron a tomar la decisión de que aquel no era mi lugar. Mientras tanto, mi madre intentaba encontrar soluciones. Se reunía con los profesores y con los padres de aquellos chicos, de los que siempre recibía las mismas respuestas: <<Es imposible que mi hijo diga esas cosas; él tiene varios amigos de color>>, <<Creo que su hija se toma muy a pecho esas tonterías propias de niños>>... Así que no me quedaba otro remedio que continuar con la rutina del conservatorio. 

–Aguanta; eres más fuerte que todo eso –me animaba mi madre. 

Pero por aquel entonces me faltaba valentía para enfrentarme a quienes me maltrataban. 

Cada curso me parecía más difícil que el anterior. La cuenta atrás para elegir entre música y danza iba llegando a su fin. Me decanté por la música. Pero un día tomé una resolución:

 –Se acabó; no volveré al conservatorio –le solté a mi madre–. Ni mañana ni nunca más. Aquel momento fue uno de los mejores de mi vida, porque mi madre respetó mi decisión.

Pasé un año lejos de la música, en el que volví a ser la niña más feliz del mundo. Pero una tarde, después del colegio, mi madre me llevó a un lugar sin anunciármelo. Me sorprendí cuando situó el coche enfrente de un establecimiento que tenía un cartel: “Unión Musical”. Instantáneamente me regresó el miedo.

–Sé que has nacido para esto y no voy a dejar que te rindas –me dijo antes de que entráramos.

Ella había hablado unos días antes con el director y con los profesores de “Unión Musical” para explicarles la situación por la que pasé en el conservatorio. El profesor le aconsejó que repitiese tercero de elemental (algo así como tercero de la ESO), para rellenar todas las lagunas que aún tenía. 

La primera vez que entré en clase sentí cómo se me aceleraba el corazón. No quería volver a aquella época tan dura. Ese día no me relacioné con mis compañeros, que fueron muy amables conmigo. Tras una semana de clase, comprendí que aquel era el sitio donde debía estar. No recibí ningún tipo de abuso: la mochila por fin había desaparecido. Cada tarde entraba en la escuela de música con ganas de aprender y de superarme.

Fue un año duro para mí, porque apenas sabía nada de cada asignatura, pero resistí. Y llegué al último curso, en el que nos iban a preparar para la prueba de acceso al título profesional de música. Cuando llegó el día del examen, estaba muy nerviosa y, a la vez, impaciente, ya que quería demostrar el fruto de mi esfuerzo. Acabé el examen con buenas sensaciones, aunque me quedó la duda de si lo conseguiría.

Al cabo de dos semanas recibí la noticia: ¡Había pasado la prueba! Y no sólo eso; el director de “Unión Musical” me querían dar personalmente la enhorabuena porque había conseguido la nota más alta entre todos los alumnos. Pensé inmediatamente en mi madre: ella fue quien desde niña confió en mí, la que me animó a seguir, convencida de que yo podría a pesar de las dificultades.

Actualmente tengo dieciséis años y curso cuarto curso de profesional de música; sólo me quedan dos años para obtener la titulación.

–Hija, que tus sueños sean más grandes que tus miedos –me repite mi madre a menudo.