VI Edición

Curso 2009 - 2010

Alejandro Quintana

Tarquino y el Quijote

Juan Pollicino, 16 años

                  Colegio CEU Jesús María (Alicante)  

Fue una casualidad que me encontrara con aquella vecina de Pescara, que me contó algunas anécdotas sobre el alcalde Tarquino, el dueño de la fábrica de calzado, del cual mi abuelo solía hablarme: “Rodrigo, aprende de aquel buen alcalde y sigue su ejemplo”. Pero el tiempo pasó, falleció mi abuelo y con él las historias del pueblecito. Crecí, estudié, me casé con una mujer maravillosa que me ha dado tres hijos y nos instalamos en Madrid.

Pero como he dicho anteriormente, en uno de mis viajes a Italia me encontré con una mujer de Pescara. Fue tanta la emoción que sentí cuando escuché, después de tanto tiempo, el nombre de aquel pueblito, que me vino la imagen de mi abuelo y se me escapó una lágrima. Así que le supliqué que me contase qué fue de la vida de Tarquino. Ella me relató la siguiente historia:

“Estaba Tarquino en el despacho de su fábrica, leyendo la segunda parte de las aventuras de Don Quijote de la Mancha y de su escudero Sancho. Siempre que tenía un descanso en el trabajo, se tumbaba en el sillón y se adentraba en las historias del Caballero de la Triste Figura. Se reía de las desgracias del viejo hidalgo, aunque al mismo tiempo le dolía que cada vez que el Quijote caía apaleado, con él se derrumbaban los altos ideales que defendía.

Fue que Tarquino estaba cegado por uno de los capítulos, cuando uno de sus empleados llamó a la puerta. Se sobresaltó el alcalde.

-¿Qué sucede, Lucas?

-Han asaltado la casa de Néstor, el panadero. Estaba con su mujer y sus

hijas cuando dos hombres armados derrumbaron la puerta. Acorralaron

al pobre Néstor y le pusieron un cuchillo en la garganta. Después ataron a

los esposos y secuestraron a las chicas.

-Es inadmisible -enrojeció Tarquino de cólera. ¡Hay que liberarlas!

-Déjame, alcalde, que termine de contarte.

-Continúa.

-La cosa es que los vecinos escucharon los gritos de las hijas y salieron de sus casas para defenderlas. Y así lo hicieron, atraparon a los bandidos y los llevaron a la comisaría. Han pasado toda la noche en la cárcel. A las hijas de Néstor, no les ha pasado nada.

-Entonces, Lucas, no logro entender cuál es el problema si todo está resuelto.

-El asunto es que hoy no han aparecido ni los prisioneros ni las hijas del panadero. El juez me ha enviado para que te diga que quiere verte.

-Vamos pues al juzgado -resolvió Tarquino.

Durante el camino, el alcalde pensó en lo sucedido. Intentaba adivinar cómo habían escapado de la prisión. Cuando llegaron al juzgado, Tarquino decidió que lo mejor sería interrogar a los policías de la comisaría. Sospechó del carcelero, ya que parecía haber recibido un soborno para que dejase en libertad a los reos. Éstos volvieron a robar a las hijas del panadero. Pero ni el alcalde ni el juez contaban con suficientes pruebas para demostrarlo.

Un tren había partido para Roma a las siete de la mañana. En él pudieron escapar los secuestradotes, aunque resultaba difícil que llevasen consigo a las dos mujeres, a la vista de los pasajeros. Así que decidieron buscarlos en todas las casas del pueblo.

Llegaron a una que estaba a las afueras de Pescara. Los policías encontraron en ella lo que buscaban, pero se extrañaron de que las hijas no estuvieran maniatadas ni con heridas, sino en buen estado y a salvo.

Dos días más tarde, durante la declaración en el juzgado, llamaron a las hijas de Néstor para que se enferentaran a los secuestradores. Pero el resultado no fue el esperado: ambas defendieron a los bandidos. Declararo que no les habían hecho nada y que debían dejarles en libertad. Por las palabras utilizadas y por la forma de decirlo, Tarquino intuyó que se habían enamorado de los acusados. Tomando la palabra, se explayó:

-Señorías, estamos ante un caso complicado. El hecho de haber secuestrado a las dos hijas de Néstor es un acto malo en sí y debemos castigarlo. Pero lo que han expuesto las vítimas es una barbaridad, lo que se llama pensamiento débil, es decir, se han dejado seducir por el enemigo por miedo.. Ellas no son culpables, pero muestran un espíritu cobarde y deben procurar cambiarlo.

La reflexión de Tarquino agradó al juez. Los prisioneros fueron a la cárcel. Las hijas fueron mal vistas por la gente del pueblo y Néstor procuró darles a entender lo que les había dicho Tarquino.”

Así concluyó la historia que me contó aquella italiana.

Me propuse visitar Pescara. Visité la tumba del alcalde, que en este episodio se comportó como un auténtico Quijote.