II Edición

Curso 2005 - 2006

Alejandro Quintana

Tiempo libre

Elena de las Peñas, 15 años

                   Colegio Alcazarén (Valladolid)  

    Suena el teléfono. ¡Por fin voy a salir!. Descuelgo y oigo una voz amiga que, con la mejor intención, empieza a darme algún consejo para caer bien a su grupo de amigos: “¡Anímate! Nos lo vamos a pasar genial. Pero si se ríen, te ríes; si beben, tú bebes; si bailan, bailas...” Colgué el teléfono algo confusa, preguntándome: ¿será mi tiempo “libre” tiempo para mimetizarme? De pronto empezaron a desfilar por mis recuerdos imágenes de la experiencia de hace unos meses en Fátima, la pequeña ciudad portuguesa.

    Con las batas blancas bajo el brazo, caminamos hacia el centro hospitalario “Juan Pablo II”, donde se atienden a personas discapacitadas. No sabía qué me iba a encontrar, simplemente quería ayudar. Estaba nerviosa y con algo de miedo. Nos recibió una enfermera que nos guió hacia las distintas salas en grupos reducidos.

    En la primera sala que entré había chicos y chicas de mi edad tumbados en camas con barrotes. Otros, con el cuerpo maltrecho y deforme, estaban recostados en sillas y tronas. Me sobrecogí y sentí que no podía avanzar hacia ellos -temí la cercanía del dolor-, pero logré aproximarme y pude comprobar que respondían a los gestos de cariño con una sonrisa.

    Luego fui a otras salas dónde había niños más pequeños, abandonados por unos padres decepcionados al no ver nacer un hijo “perfecto”. Quedó grabada en mi retina la sonrisa abierta y alegre de un chiquito de seis años, que irradiaba felicidad a través de su cuerpecito malformado.

Me encontré con personas que antes de quedarse en ese estado, habían gozado de una vida normal junto a su familia, hasta sufrir el rechazo y abandono por su desagradable aspecto tras un fatídico accidente o el transcurso de una enfermedad degenerativa. Pude observar cómo brotaban lágrimas en sus ojos al contemplar las fotografías familiares que les despertaban tantos recuerdos y sentimientos.

    Ellos me hicieron ver otra cara distinta a mi vida cotidiana y valorar todo lo que tengo: familia, salud, cariño, compañía..., y especialmente el tesoro del tiempo, demasiado valioso, quizá, como para desaprovecharlo.

    Pasamos por la vida sin darnos cuenta de que a nuestro alrededor la gente puede sufrir más de lo que imaginamos. Son personas que están solas, a las que podemos acompañar y también percatarnos de la insignificancia que cobran algunos de nuestros problemas, que magnificamos al darles vueltas y más vueltas.

    Ahora pienso en muchos “planes huecos” basados en risas vacías y fáciles empapadas de alcohol, buscando un “puntillo” de felicidad inalcanzable, que se burla del maravilloso tesoro interior que guarda cada alma y pasa oculto por miedo a salirse de un estilo de conducta impuesta.

¿No podemos llenar de calidad nuestras conversaciones?, de ilusión por vivir, por hacer un mundo más justo y mejor. ¿No podemos divertirnos siendo nosotros mismos, sin máscaras de modas que esconden nuestra verdadera riqueza interior?