XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Últimos alientos de vida

Anna Sabadell, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Cada segundo era vital para el cumplimiento de nuestra misión: salvar a tantos habitantes como pudiéramos. Sánchez y García habían caído, y con ellos más de la mitad de los miembros de la Cruz Roja. Nos sentíamos solos e inútiles junto a los escombros de la última bomba.

El escenario era macabro: sangre por todas partes, niños que buscaban a sus padres, quizás ya sin vida, al tiempo que recogían cualquier objeto que después pudieran intercambiar por un pedazo de pan. Había mujeres que lloraban sobre los cuerpos de sus maridos, jóvenes que pronunciaban sus últimas palabras y muchos que reclamaban auxilio.

Fui consciente de que no estaba preparado para afrontar aquella situación. Lo sabía, pero era tarde para echarme atrás. Mi autocompasión no servía para ayudar a nadie. Debía actuar.

Tres chicos corrieron hacia mí.

-Doctor… Señor; estamos aquí para servirle –dijo el más alto.

-Seguidme.

Mientras avanzábamos por la ciudad destrozada, se nos unieron nuevos voluntarios, cada vez más jóvenes. Incluso había niños.

Entramos en lo que quedaba en pie del hospital para coger todo el material que nos pareció útil. Allí me encontré con otros de mis compañeros de la Cruz Roja, y entre todos pusimos en pie un campamento de emergencia.

No paraban de traernos heridos... No pudimos atenderlos a todos. Algunos se nos morían durante la espera del quirófano.

Durante las trece horas siguientes, entre vendajes y quejidos de dolor, escuché todo tipo de testimonios: personas que morían habiendo cumplido su misión, que morían en paz. Otros, sin embargo, se lamentaban entre sollozos, pero ya era tarde.

La guerra es horrible: muchos jóvenes mueren antes de realizar sus sueños.