XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Un trabajo sin remuneración

Juan Pablo Gómez de Agüero, 15 años

                  Colegio Tabladilla (Sevilla)  

Cuando acepté aquel trabajo, no fui consciente de dónde me metía. Me confié al saber que lo ejerce la mitad de la población del mundo.

No fui consciente, insisto, porque no tuve en cuenta la importancia de cada una de las tareas que incluye, así como de la responsabilidad con las que hay que ejercerlas. Además, pronto me cansé de pasarme en pie tantas horas, de agacharme constantemente, de ir, de venir… En fin, de no poder sentarme siquiera un momento.

Consistía en ciento veinte horas semanales. Además, podías almorzar cuando "el socio" ya lo hubiera hecho. Y requería algo más que conocimientos básicos en Medicina, Farmacia, Psicología, Pediatría, Finanzas y Gastronomía. Por si fuera poco, debía ser capaz de trabajar en un ambiente caótico.

No existían las vacaciones. Es más, en períodos como Navidad, Semana Santa, verano y festivos, las labores se multiplicaban como por ensalmo.

Eran hábiles los 365 días del año. Y, por supuesto, no había remuneración.

Me dijeron que una vez aceptado, no podría volverme atrás.

Consideré muy seriamente renunciar y escaparme, hasta que alguien mencionó que aquel era el trabajo que ejercen todas las madres.

Entonces cambié de planes: me fui a mi casa y le di un beso.

-Gracias, mamá.