IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Un viaje a un lugar
no muy lejano

Sofía Brotóns Arnau, 15 años

                 Colegio CEU Jesús – María (Alicante)  

“Pasito, pasito; trote, trote; galope, galope…” Aún recuerdo aquella sensación sobre sus rodillas, creyendo que iba en el caballo más rápido del mundo, que nadie podría alcanzarme. Lo que, desde luego, no sabía era que en tan solo unos años más las cosas se torcerían, que mi cabecita empezaría a llenarse de ridículas preocupaciones y no habría vuelta atrás.

***

Me levanté con casi los mismos ánimos que siempre, es decir, con ninguno. Fui a desayunar oyendo los gritos de mamá.

-Mamá, eres una histérica.

Me clavó la mirada. Yo tenía bastante con ser una adolescente como para que mi madre hiciera que me estallase la cabeza.

Antes de salir de casa me acerqué de puntillas a la habitación en el que estaba papá. Lo cierto es que odiaba entrar ahí y ver a mi padre cubierto de tubos y aparatos extraños. Tan solo permanecía dos horas despierto en todo el día. Me senté junto a él y tuve uno de esos arrebatos sentimentales: comencé a llorar y a hablar. Le explicaba quiénes eran mis amigas, cómo era el chico que me gustaba, cómo iban las cosas con mamá... En pequeños susurros le pedí que no se fuera, que se quedase un poco más. Pero nunca, jamás, despertaba mientras estaba yo en casa. Resultaba frustrante. Me levanté secándome los ojos y salí de la habitación.

El día en el colegio resultó peor de lo que esperaba. Laura, mi mejor amiga, no hacía más que hablar y hablar de lo bien que se lo había pasado el sábado por la noche. Me sentía horriblemente mal, porque mientras todas las chicas de mi edad habían disfrutado del fin de semana, yo había dedicado el tiempo a llorar sobre la almohada. Mientras tanto, mi chico trataba de conquistar a otra chica. Me sentía susceptible. Llegué a casa, tiré la mochila y me lancé sobre la cama. Tenía muchísimas ganas de llorar, pero no podía, no me quedaban lágrimas.

-Sofía.

-¡Qué susto me has dado mamá!

-Ponte a hacer los deberes.

Me pregunté si las madres tienen un sexto sentido.

-Mamá, aunque no lo creas, mi conciencia estaba a punto de decirme algo muy importante y me has dejado con la intriga.

-Un día de estos voy a llamar a un psicólogo. Eres una adolescente extraña.

Y cerró la puerta.

Me inventé los deberes de matemáticas, rellenando huecos con números al tun-tún. Cerré el libro y me tiré sobre la cama. Ni siquiera cené. Hacía horas que estaba acostada, no sabía qué hora era pero ya no se oía la televisión. Supuse que mamá estaría durmiendo. Mi tripa protestó por el ayuno, pero no le di el placer de acallarla. Pasaron las horas; tenía la mente en blanco y la mirada perdida en algún punto de la oscuridad. No pude resistirlo más, me levanté sigilosamente y me dirigí a la cocina. Cogí un emparedado y salí tan rápido como había entrado. Entonces vi que la luz de la habitación de papá estaba encendida. Pensé que mamá o el médico no la habrían apagado. Abrí la puerta con cuidado, asomé la cabeza y entonces… ¡No daba crédito a lo que estaba viendo! Papá estaba de pie, mirando por la ventana. Hacía más de cuatro años desde la última vez que le vi de pie. Aunque mi madre me decía que se despertaba de vez en cuando mientras yo no estaba, me resultaba increíble pensar que fuese cierto. Tuve una sensación de quedarme sin aire y estuve a punto de marearme.

-Sofía –pronunció con debilidad- ¡Qué alegría! ¡Qué guapa estás!

-¿Qué haces levantado?

-Tranquila.  Ven…, siéntate aquí conmigo.

Sin mediar palabra le hice caso y comenzó a hablarme sobre mi infancia, sobre nuestras escapadas al zoológico sin que mamá se enterara, sobre mis confusiones entre la palabra guisante y gigante, y sobre cosas que hacía más de cien años que habían sucedido. Me sorprendió que se acordara de todo aquello.

-Papá, ¿por qué me hablas de todo esto?

Siguió, como si no me hubiera escuchado. Me preguntó sobre mis amigas, sobre el chico que me gustaba y aquello me sorprendió más aún. ¡De veras me escuchaba cuando yo me sentía como si estuviera hablando con un calcetín!

-Sofía, sabes de sobra lo muchísimo que vales. Eres una niña muy especial, con muchísimas cosas buenas que dar a conocer. Llegarás lejos porque tienes un corazón de aquí a Japón.

-Papá, ¿a qué viene todo esto?  ¿Ocurre algo?

-Ocurre que papá tiene que hacer un viaje y teme dejar a su niñita sola. Sin embargo ya no eres tan niña. Jamás te había dicho todo lo que pensaba de ti.

Un par de lágrimas rodaron por mis mejillas.

-No llores, por favor.

-Te quiero papá.

-Yo también, cariño, y necesito que quieras también a tu madre.

Nos abrazos y continuamos hablando toda la noche.

-¿Qué hora es?

-¡Dios santo! ¡Las cuatro de la madrugada...! ¡Corre a la cama!

-Pero, papá, no quiero irme… Mañana… ¿habrás partido?

Me observó con unos ojos resplandecientes.

-Puedes dormir aquí esta noche.

Me acurruqué junto a él.

Desperté con la sensación de que había soñado todo lo anterior, pero la cara de mi madre me confirmó que papá había muerto. A pesar de tener los ojos rojos, me sonrió y me entregó un papel en el que mi padre había escrito:

“No he viajado muy lejos, cariño. Búscame en el fondo de tu corazón. Desde el cielo cuidaré de vosotros hasta el final”.