V Edición

Curso 2008 - 2009

Alejandro Quintana

Una hermana muy especial

Anna Maria Febrer, 16 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Había amanecido claro y reinaba el silencio en aquella pequeña vivienda. Jorge y Luis aún dormían. Carlos y Ana, de tres y cuatro años, comenzaron a correr por el pasillo, persiguiéndose el uno al otro, intentando llegar el primero a la cocina, donde les esperaba un suculento desayuno. En la mesa de madera había bollos, chocolate, leche, magdalenas y zumo de melocotón.

Al entrar, se llevaron una sorpresa. En lugar de su padre había un hombre mayor, de escaso pelo y un jersey de rombos. A su lado, una mujer sonriente. Eran el abuelo Tomás y la abuela Carmita.

-Buenos días, niños -saludó Carmita-. ¿Habéis dormido bien?

Ana asintió con la cabeza, sin salir de su asombro. Se sentaron cada uno en su taburete y empezaron a desayunar.

Diez minutos más tarde bajó Lucía. Era una niña castaña, de piel morena y ojos verdes, que disfrutaba leyendo a todas horas. Cursaba tercero de primaria, en el mismo colegio al que habían ido sus padres. No percibió la presencia de sus abuelos, sumergida en el mundo de las sirenas, los delfines y los caballitos de mar.

Los abuelos se encargaron de vestirlos y peinarlos, aquel iba a ser un día especial.

***

Alguien abrió la puerta, dejando visible una pequeña habitación con una mesita y una cama de blancas sábanas. Sentado en una silla, estaba José con Carolina -de dos años- en brazos. Se llevó una inmensa alegría al ver entrar a Mata con un ramo de flores que había comprado con sus ahorros. Tras un abrazo y un beso, se lo entregaron a su madre.

-Han venido esta mañana tía Carmen y el primo Santiago y nos han traído unos dulces. Lucía, cariño, ¿puedes cogerlos? Están en el armario.

Ilusionada abrió el ropero y descubrió una bolsa de papel de seda rosa repleta de peladillas, caramelos y bombones. Mientras los repartía llegó Tomás, el ginecólogo, que tras susurrar palabras indescifrables a José, exclamó:

-¡Así que vosotros sois los niños de los que tanto habla vuestra madre!. Estupendos, sí. Ahora ya entiendo por qué se siente tan orgullosa de vosotros –los miró uno a uno-. Estará unos días en el hospital y luego ya podrá volver con vosotros. Pero va a necesitar vuestra ayuda para cuidar al bebé. Habéis tenido una hermana muy especial, que os querrá con locura si la tratáis con cariño.

Estaban ansiosos por conocerla.

Al fin trajeron a Teresa. En aquel instante dormía con una paz indescriptible. Todos la querían coger en brazos y llevar consigo. Ana deseaba enseñarle su colección de muñecas, Carlos sus soldaditos de plomo, Jorge a tirarle de las orejas al perro y Luis a regar el jardín. Lucía le tocaría el piano, Marta la llevaría al parque... ¡Eran tantas las cosas que iba a aprender! Ella no les iba a devolver menos. Es la ventaja de los niños que sufren síndrome de Down.